11 oct 2025

El desprendimiento

"y si un glaciar, se desprende así, no quiero pensar, que será de mí" Xoel López.

Es sábado y fuera las nubes caen a plomo sobre la casa. Sentada en mi estudio, recibo un mail de papá en el ordenador. Le he pasado una canción bonita y él me acaba de responder hablandome de que está escribiendo un artículo basado en su tesis de cuanto tenía treinta y seis años. Reflexiona sobre el pasado y de como permanecemos siendo los mismos pese a la constante mutación del interior y del entorno. 

Me levanto y miro por la ventana, cubierta de gotas de lluvia, la calle mojada. Me gustan estos días desenfadados, sin propósito particular, en los que solo se escucha el silencio y puedes mascar ideas sin prisas. Entonces el hogar se convierte en una prolongación de la mente y uno puede pensar casi en voz alta. Son en esos instantes cuando conecto profundamente con la vida.

Sí. Mi padre lleva razón. Así, tumbada en el suelo mirando el techo en medio de la habitación, como abandonada después del k.o en un ring, siento tirando de mi un hilo que conecta con todos mis anteriores "yo" y nos convierte en una sola cosa. Observo con total lucidez todo lo que nos diferencia, pero no importa. Es como un cristal empañado a través del que, pese a todo, se ve. No soy la misma persona que era hace cinco años. Tampoco hace diez. Y las reflexiones y preocupaciones de mi adolescencia se me antojan lejanas, superficiales, disipadas como vaho, pero pese a todo, hay una consistencia. En todos mis textos, en todas mis maquinaciones, en todos mis lloros, en todos los momentos igual que este que he tenido en tantas ocasiones. 

Así tumbada miro a la Alicia de ocho años. La conozco muy bien. Especialmente a ella vuelvo muchas veces. Es una niña melancólica, reflexiva, vehemente y algo cínica. Por entonces aún lo oculta, supongo que debido a la poca aceptación social que tienen todos esos atributos en los infantes. Un niño no debería ser ninguna de esas cosas. Son adjetivos un poco triste y demasiado serios. Pero Alicia lo es y por eso mismo se siente abandonada, desapegada de sus compañeros como un trozo de plastina blanda  arrancada de la masa principal. Hay algo en ella que difiere de los demás. Es como si estuviera, en el tablero, un paso más cerca del borde. Como si de solo estirar los dedos pudiera tocar el vacío, y el vacío la tocara a ella a la misma vez. Es un frágil equilibrio que a ratos encuentra poder manejar y a otros, la vence por completo. 

Eso es. Ahí está el hilo que nos une a todas. En el borde del abismo. Sale de mi piel y no hay manera de arrancarlo. No, pero ¿por qué debería hacerlo? ¿No es acaso ese hilo el único que mantiene mi cordura? ¿no es lo único que me conecta con mi pasado, con mi razón? Pero a la misma vez, si no lo arranco, tal vez termine volviéndome loca. 

Espera. Sé lo que necesito. Necesito esa canción bonita que le he pasado a papá. Me levanto del suelo, adiós al contacto con la fría baldosa, busco el correo, accedo al link. La música empieza a sonar. Y de la punta de los dedos me sale un cosquilleo, que camina por los brazos hasta el resto del cuerpo, y en el cristal de las estanterías de la librería, recortada por la luz de la ventana mojada, veo mi silueta bailar. Y entonces me brota a la misma vez, como una flor regada por la lluvia, la lágrima y la risa. Y ahí en esa habitación vacía, sin nadie observándonos, danzamos las dos. Yo y la Alicia de ocho años. Y entre nosotras, en los huecos que dejamos entre los movimientos, ahí están también, como diapositivas de una película antigua, todas las demás.

Melancólicas. Reflexivas. Vehementes. Cínicas.

Profundamente vivas.

 

 

2009-2017. Todos los derechos reservados a Ali Alina.