13 may 2010

Desaparecimos del mundo...


Esa noche apenas hablaron. La linterna no daba mucho luz, pero era suficiente para los dos libros. Y así los que hablaron fueron los personajes de sus historias.

Los gigantes de la Luna. Gonzalo Moure.



Las palabras solamente describen sentimientos. No son más que ganas de expresar lo que llevamos dentro. Tú callabas, yo callaba, y durante el trascurso de la noche solamente se oyó el roce de las hojas contra la madera de la cabaña. El silencio no fue molestó, nos remitimos a hablar sin decir nada, sin ni tan siquiera mirarnos. No fue una guerra, solo una pelea. Yo quería terminar antes que tú, tú querías terminar antes que yo. Nos quedamos sumidos en la oscuridad cuando la bombilla dejó de titilar. Su luz se rompió en mil pedazos y se convirtieron en luciérnagas que sobrevolaban la cabaña. Fue ese nuestro amparo y nuestra luz durante el resto de la noche. Ahora que pienso dando pequeñas caladas al cigarro, me pregunto si alguien nos echó de menos, porque al fin y al cabo desaparecimos del mundo durante unas horas y nadie supo de nosotros. Se nos tragó el orgullo y las ganas de más, se nos llevó la luna, que alumbraba la habitación de enfrente. Y estuvimos metidos en otras vidas, en otras historias, viviendo vidas que no eran nuestras. Recuerdo cuando bajamos de la cabaña y me felicitaste porque había acabado la historia antes que tú, nos dimos un abrazo y nos miramos a los ojos.
Las palabras solo describen sentimientos.
Y me dedicaste aquel libro como si fueras el famoso escritor con el que soñaba, en aquel momento ambos nos lo creímos.

Para tí,
por derrochar horas conmigo.
Ojalá derrochemos mil más,
dos mil y dos mil cinco.
Te quiero.

Después me sonreíste, fue mágico, fue trágico, fue maravilloso. Murmuré algo por lo bajo. Desaparecimos del mundo... Una, mil, dos mil y dos mil cinco más.



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