"A veces, el silencio es la peor mentira".
Miguel de Unamuno.
Había un árbol. En medio de la explanada había un árbol. Agazapados en sus trincheras, los hombres lo miraban con espectación, como si de él fuese a salir alguien. Entre las ramas, algunos pájaros aguardaban el combate sin cantar, como si el tiempo los hubiese detenido también a ellos.
Olía a humedad y a sudor. Olía a sangre y a miedo. Olía a lo que huelen todas las guerras. Hacia el cielo brotaba una humareda de cenizas y el sol quedaba tapado detrás de motas de gris. En medio de la imagen congelada solo se oían latidos de corazón y al fondo el cargar de una escopeta.
Había un árbol. En medio de la explanada había un árbol y era como un punto de inserción que esperaba a que alguien escribiese la siguiente letra. Era el espacio entre un segundo y otro, la barrera entre los dos bandos de la guerra. Era el silencio.
El silencio de los que saben que lo están haciendo mal y, aún así, callan.