Todos los días me levanto y me preguntó en qué me diferencio de los demás. Los seres humanos tendemos a sentirnos diferentes por naturaleza. Creemos que nuestras ideas son diferentes a las del resto, que son únicas, que somos únicos.
¿Hasta que punto es cierta esta afirmación? ¿Hasta qué punto no existe alguien con el mismo don que tú, en algo en lo que te consideras el mejor? ¿Hasta que punto importa la belleza, cuando hay tanta? ¿Hasta que punto importa la inteligencia, la excentricidad, si hay miles de personas iguales de inteligentes que tú, iguales de raros que tú, que te superan en todo, que llegan más alto que tú, que viven más, sueñan más, rien más, lloran más?
¿Hasta que punto importa el propio individio, la personalidad? Lo seres humanos nos empeñamos en desarrollar toda una complejidad de emociones y de relaciones, que nos alimentan, pero a la vez no alimentan nada en concreto. Hay miles de mensaje de esfuerzo, de esperanza, mensajes que te impiden hundirte en la miseria, pero ¿a quién le importa que te hundas en la miseria? Dentro de cien años, cuando te mueras, cuando todos los que te conocieron esten muertos, habrás llorado para nada, te habrás reprimido para nada, y dejarás de existir como si nunca hubieses nacido.
¿Por qué estamos aquí, entonces? ¿Por qué somos todos iguales y nacemos y morimos igual, creyendonos únicos en nuestro recorrido?
Y que importas tú, que importa tu familia, tu país, tus ideales, tus sueños, la Tierra. Qué importamos siendo tan finitos, tan vulnerables, tan cortos en comparación con la inmensidad del Universo, con su inabarcable fin.
Qué importamos.
Y a quién.
(Maldito existencialismo).