Uno va creando cosas que, con el tiempo, solo quedan en el recuerdo. Y se regresa a ellas sin consciencia del acto hasta que se tiene el cuello girado.
Las cosas que ya han pasado tienen un recuerdo dulce, o un recuerdo amargo, pero siempre adquieren ese sabor a viejo que nos hacen evocarlas con añoranza. Pienso en todos los libros que me he leído, en todas las canciones que he escuchado, en cada una de las letras que he plasmado en una página en blanco, en el trazo de una mirada. Todas son yo. Están ahí, para siempre.
Y no me importa que nadie las recuerde, porque tengo al viento.
El viento que se lo lleva todo, que lo arrastra, que lo convierte en algo que no podemos ver cuando ya lo damos por desaparecido (por vencido). El mismo viento que te hace girar el cuello.
Lo bonito de ese tipo de esperanza es que, como el viento y como el tiempo, están siempre
en todos lado.