Encerrada en una burbuja de cristal, presa de las paredes invisibles, los techos intocables, grito. Hago caso a mi instinto, o debería. Huir una vez más, y salir de esta vorágine que me creo, como un niño que ha inventado su propio laberinto pero olvidó la salida al entrar.
Hay una soledad que alivia, y hay otra soledad que duele, en la burbuja de cristal. Y son inseparables, como dos gemelos. Si coges la una debes coger también la otra, son la llave. La clave para escapar.
Pero dentro se está cómodo y no hace frío.
No sé que hacer. Las ganas de vomitar se me acumulan en la garganta y nadie viene a rescatarme ¿Voy a quedarme aquí hasta la muerte?