30 jun 2024

Piscina

 El sol aún da caluroso en el suelo aunque ya son las 7 y media de la tarde. En una esquina de la piscina comunitaria observo, sola, a mí alrededor. Hay una paz en el ambiente que me da picor en la nariz y me anima a llorar, pero me contengo porque no siento que esa sea la reacción necesaria ahora. También se está bien con la honda sensación de tranquilidad en el estómago. Un niño con patinete pasa por delante de mi y el sonido de las ruedas en el suelo retumba rompiendo la paz. De fondo solo se oye el agua y la voz de una familia con dos hijos pequeños que se divierte en la piscina. El verlos me reconcilia con mi futuro. Él lleva al niño entre las manos. Es pequeño y sonríe. Lo levanta en volandas y de vez en cuando sus pies rozan la superficie. La madre y la niña hacen el pino debajo del agua y ninguna lo aguanta muy bien, pero hay un esfuerzo en la cara de la pequeña, una seriedad en el ejercicio, que hacen el acto dulce. Me doy cuenta de lo irrelevante que es el momento para la madre. No porque no le importe su hija, ni la situación. De hecho parece disfrutar bastante de ella. Es más bien la comprensión de que todas sus preocupaciones serán montañas en comparación con el grano de arena que le supondrá, no hacer correctamente el pino debajo del agua. Pero para la hija, para ella parece la cosa más importante del mundo.

Un par de chicos regresan. Desde abajo de la piscina, un hombre les ha pedido que les ayude a descargar unas cosas. Ellos han accedido sin rechistar y han bajado en chanclas. Ahora están de vuelta y siguen hablando de sus problemas apoyados en la barandilla. Hablan con un lenguaje de juventud que se me escapa pese a que no nos llevamos tantos años. O tal vez sea mi autopercepción, y yo suene y haya sonado igual al hablar con algunos amigos de temas banales, como ellos hacen ahora.

El sol, que se ha ocultado tras una nube, vuelve de repente y me calienta las manos y los pies. Sé que hay pocas sensaciones tan agradables como está en la vida, aunque existan. No estoy en ningún lugar especial ni viviendo nada exquisito, pero entiendo que este momento me arroyará cuando en la cama, una noche triste, escuchando una canción emotiva, recuerde situaciones aleatorias de mi vida donde me he sentido plena con el mundo. Hay momentos que predigo que se quedarán marcados en mi memoria. Lo sé incluso cuando los estoy viviendo, porque son los ratos en los que tomo consciencia y palpó la vida con el aliento. Otras veces voy por encima sin pensar demasiado, y esos ratos los depura la memoria como el agua al papel mojado, y se desvanecen sin despedirse.

Coloco los dedos entre mis dientes en un gesto nervioso que me tranquiliza y me alegro de mi soledad. Me alegro de estar aquí sola mientras espero a Sergio sin prisas, sin ansiedad. Soy consciente de que está jugando al frontón con sus amigos a unos metros de distancia aunque no puedo verlo ni escucharlo, y me alegro de estar compartiendo los espacios con él, de saber que solo tengo que levantarme y andar unos pasos para saludarlo. Para observar cómo le da a la pelota con su gorra recién comprada, de un beige verdoso y apagado, y como se alegra de verme y me saludará de forma tierna.

Pero ahora no necesito eso. No necesito levantarme ni moverme de aquí porque estoy a gusto. Palpo el bañador. No está seco ni húmedo, tal vez no termine de secarse realmente hasta que, en casa, me lo quité y tras mojarlo para quitarle el cloro, lo tienda en el balcón. Seguramente me humedecera el vestido al ponérmelo para montarme en el coche, y se le queden a este unos surcos de cal blanquecinos, que tenga que quitar más tarde. Siempre me pasa lo mismo.

Miro la pantalla del móvil, donde estoy escribiendo este texto y, sabiendo que no tengo en este momento nada más interesante que decir, pongo el último punto y lo apago.



28 abr 2024

La vejez

Admirar la vejez, al caminar por las calles. La cara ajada, el pelo canoso, las expresiones atravesadas en los surcos de la piel, entre las cejas, y las pecas de los dedos. Observar el mundo con ese ralentí, o con esa cojera. Y carraspear la voz, para luego contar alguna historia.
A veces, las personas se pierden en su edad, se transforman como mudándose la piel. O tal vez seamos nosotros, que los transformamos en nuestras mentes con nuestros estigmas y nuestras preconcepciones. Creyendo que son una cosa distinta a nosotros, metamorfoseamos sus personalidades y sus actitudes a través de la ignoracia. Queremos aislarlos de nuestro "yo" porque sabemos, en el fondo, que se trata de un espejo. Uno que nos recuerda nuestra vulnerabilidad y que somos entes finitos.
Odiamos como sociedad a esos seres que conforme pasan los años son cada vez más ciegos, más sordos, más tartamudos y más olvidadizos. No queremos envejecer, porque no queremos parecernos a ellos. Y solo mediante la romantización nos acercamos a su abismo a través de frases ñoñas y paternalismo. El resto del tiempo, los invisibilizamos.

Hoy, sin embargo, al pasear entre las sombras de los árboles, la mente ha dado un salto de esos que tanto me gustan, y se ha posicionado, camaleónica, para ver las cosas desde otro lugar. Y he admirado. Admirado porque sueño en poder ser un día como ellos. Con poder mirar hacia atrás y haber vivido una vida entera. Una llena de conversaciones, de días aburridos, de momentos de soledad, de viajes extraños dentro y fuera de uno mismo, de abrazos y de besos y de peleas. Días de enfermedad y días de gloria. Porque si en el futuro tengo arrugas en la piel, y el pelo canoso y ralo, y me duelen las articulaciones, entonces significará que sigo aquí, y que no me quedé por el camino. Que no me fui demasiado pronto y que me dio la vida, la oportunidad de seguir. Un día más, una semana más, un año entero. Con el miedo no de envejecer, sino de no hacerlo.

Así que aquí, con mis veintisiete, espero algún día mirarme en el espejo y llevar toda una vida atrás, en la espalda, y que esta se refleje en cada centímetro de mi piel, en las deformidades y fallos de un cuerpo que no contendré.
Sí...
Menuda 
obra 
de arte. 


26 feb 2024

El hilo

Caminamos agarrados a un hilo invisible que nos tira y aprieta. Vivimos asidos a él, sabiendo hacia donde nos lleva, pero incapaces de soltarnos. 
A veces el hilo se nos olvida y desaparece, pero solo es una ilusión. Vuelve numerosas veces y siempre hace daño pero por alguna razón la sensación que nos deja en el borde de las manos nos hace ser incapaces de odiarlo. 
El hilo es especialmente visible en las despedidas. En esos momentos, brilla de una manera especial. Es un destello grande que te ciega y te hace perder la sensación de estabilidad y parece que los pies no tocan el suelo sino que flotan en medio de un vacío del que no puedes y jamás podrás ser, plenamente consciente. Porque despedirse de los demás es, en parte, como despedirse de uno mismo. Despedirse de los demás es un ensayo hacia lo que, en algún momento, será nuestro propio adiós. 
Y en el medio de ese vacío y de esa inestabilidad, no se puede hacer otra cosa, que volver agarrarse, con fuerza, a él. Y entonces es cuando te das cuenta. Es cuando lo ves. Que el hilo nunca ha sido solo tuyo. Que este no una cosa imperturbable y única, sino que está (y siempre ha estado) conformado por fragmentos de hilos todos los demás. Y que ahora que te despides, ahora que ves otro hilo terminar, hay un fragmento de él que se desprende y se pega al tuyo como la arena se te queda pegada en la piel mojada. 
Ese fragmento de hilo habla sin hablar, y es capaz de contarte muchas cosas. Es la noche escuchando los cuentos de papá. Es el calor del abrigo tejido de la abuela. Es una cuchara de la comida de mamá y el beso en la frente cuando tenías fiebre. Es las virutas de madera del taller del abuelo encima de la mesa. Es la mano de a quien has amado en medio de la noche en la cama. Es la pelota en el parque volando y cuatro patas corriendo tras de ella. Es la noche de concierto con tu mejor amiga y una tarde de café en verano, en una terraza agradable, con tu hermana. Es mirar el paisaje a través de la ventana en el tren, a la deliciosa espera de encontrarte con tu familia en navidades. Ir con la bicicleta cuesta abajo y sin frenos, meterte en la cama en invierno, pasar las hojas de un libro y llorar de la risa. 
Pero el hilo son también otras cosas. Es la ira en el borde de la lengua subiendo por el estómago. Es el portazo, es el suspenso, es la mala palabra de alguien que quieres como un aguijón hacia ti. El hilo también es una caída en bicicleta en medio del parque, una mancha inesperada en el dibujo, un objeto querido y roto. El hilo es la herida en la piel, la enfermedad, la caja vacía y la habitación estrecha.
Y eso no lo hace más malo, y no lo hace peor. Porque es por el contraste y los aprendizajes de todas esas cosas, que entonces las primeras cobran todo el sentido. Es el deseo que tenemos como seres extraños en un mundo inconexo de volver a sentir, una vez más, todas las cosas buenas que ya una vez nos pasaron. Y es el ser conscientes de ellas porque tal vez, ahora, ya no podamos tenerlas. 
Es por eso que en la tristeza de las despedidas todos esos fragmentos de hilo cobran una importancia y llenan el alma de una forma que nada podría imitarlo jamás. Y el hilo brilla, brilla fuerte, y yo pierdo el contacto con la tierra y floto. Pero no tengo miedo a perderme, no tengo miedo a no tocar el suelo con los pies o a no saber hacia donde me dirijo. No, ya no.
Porque yo
me fio
de mi hilo.

3 oct 2023

Los nómadas

Eran de carne y hueso y caminaban con los pies sucios. Buscaban un lugar donde estar a salvo; la calma.
Lo que no entendían es que ella siempre iba más rápida. Caminaba sin prisas, pero nunca paraba, como una silueta hecha para entreveerse solo en la línea del horizonte. 
Persiguiéndola se expandieron como las hormigas y poblaron el mundo, drenando los pantanos y construyendo con cemento blando que luego se hacía duro entre los dedos. Hicieron muchas cosas en nombre de la calma, pero ninguna de ellas la trajo. 
Porque los seres de carne y hueso no entendían lo esencial. No entendían que el regalo que se les había dado no era para la paz, sino para el caos. Que el tiempo que tenían sería, como un niño, revoltoso y desordenado.
Que la calma no estaba destinada a acompañarles durante el camino porque nunca fue esta el destino, sino el resultado. El resultado de abrazar el resto de las otras cosas que son mucho más dolorosas y difíciles que ella. 
El dolor, la soledad, el miedo, la muerte
y la vida. 

21 ago 2023

Mirar atrás

Tal vez después de tantas tiritas, entre los pliegues de la piel, haya una razón para toda la ansiedad no hablada, que atormenta el borde de mi garganta. 

Después de tanto tiempo escondida entre las tablas de la tapia, quizás sea hora de entender las razones de mis ausencias. La hora de echar la vista atrás y reconciliarse con un pasado que a veces da miedo mirar y que temo reproducir constantemente por miedo a pensar que fue mi culpa. 

El pensar; no hice las cosas bien porque entonces no se habrían reiterado. Y grita el subconsciente: quien cae con la misma piedra varias veces tal vez lo merezca. Ese dicho clavado entre ceja y ceja alimentando como alcohol el escozor de una herida. De mi herida, tirantez y carne abierta, rosa y resbaladiza. 

A veces estoy viva y a veces no. Cuando estoy viva es como darme cuenta de todo y de nada. Es como una burbuja que flota dentro de mi cabeza y me impide percibir bien el espacio y el tiempo. Me obnubila. Algo así como una droga inventada que me llena de calma. Cuando estoy viva siempre estoy sola.

Y entonces, rodeada de gente, me muero. Y la ansiedad borbotea desde el centro del estómago, agua hirviendo, y se vomita a si misma en folma de suspiros. Estoy muerta a menudo y viva pocas veces, pero no importa.

Porque cuando puedo abrir los ojos y mirar, cuando me reconcilio con todo el camino que he dejado atrás, cuando no me duele mirar al dolor a los ojos, entonces ya pueden apretarme las heridas abiertas que no me sangran. Esa es la magnífica sensación de estar viva y respirar. Es como ahora, escribiendo este texto sin pensar, con la piedra que me hizo caer apoyada en mis pies, atándome como a un globo lleno de helio a la Tierra. Tal vez yo también esté formada de helio, y espere paciéntemente el momento del despegue, de quitar la piedra de los pies y echar a volar.

Entonces estaré viva y muerta a la vez, y todo se deformará. Las tiritas, los pliegues de piel, la tapia de la casa, la casa. Se deformarán la gente y la herida, el pasado y el presente, el futuro y el dolor. No existirán y yo tampoco.

Y sin embargo seré todo. Todo todo todo.

Nada n a  d  a     n     a       d        


16 jun 2023

Disociación

 Es como estar detrás de la puerta, y oir los sonidos de los altavoces amortiguados. 

Tal vez no vaya a parar nunca, esa sensación. De huecos sonoros, espacios ficticios, de capas traslúcidas entre el yo y el alrededor. 

Desconexión.

Algo me ocurre y no sé que es. Esos son los peores momentos. Intento enfocar, el origen, pero los pensamientos son movedizos y se desplazan, se escurren entre los dedos, no puedo dirigirlos no sé a donde van, los pierdo en la distancia. Hay algo dentro, lo sé. Algo que es como una luz parpadeante pero no soy capaz de avistarla más que unos segundos, camino pero nunca llego a ella. 

A mi alrededor todo es como un sueño. Imperceptible pero nítido. Quiero racionalizar pero la irrealidad se impone. No puedo decidir, solo dejarme llevar por la corriente, una corriente que no es de agua sino de nada, de silencios que me hacen querer callar. 

Teniéndolo todo pero hueca. Movida siempre por la melancolía, por la negatividad, movida siempre por la sensación de que ya no hay más, que detrás de la puerta que no se abrir solo hay otra montaña de cosas como estas. Más días como este, más sensaciones a intercambiar como cromos, más luchas contra los vacíos que aunque a veces desaparecidos siempre regresan de nuevo.

A este aletargamiento nada le importa. No va de tus amigos, ni de tu familia, ni de tu pareja. No, me he dado cuenta. Tampoco consiste en tu casa, en el dinero, en desarrollar un buen trabajo, ni en ser buena persona. No consiste en el altruismo ni en la belleza. Nada acalla la sensación, la disociación, la extrañez ante el reflejo del espejo. Nada lo ha acallado durante ya mis casi veintisiete años. 

Si yo solo pudiese, si solo pudiese dejar de sentir tanto vacío, tanta desconexión, tanta ansiedad ante el alrededor, el teatro. Si solo pudiesen ser la mayoría de los días una calma finita, una vigilia de cerrar los ojos antes de dormir. Si solo pudiese mirarme a mi misma y no discutir con el espejo. Si solo pudiese... yo...

Ojalá.

2 jun 2023

La importancia de mi soledad

Me han crecido las piernas y los dedos de la mano, me ha cambiado el rostro y las circunstancias, pero nada de eso importa. En el recuerdo, tumbada en la cama, mirándome los pantalones vaqueros, en medio de un espacio indefinido, sin edad, que se aleja de mí en el tiempo, las sensaciones son exactamente las mismas. 

Perdida, sin saber leer mi papel en esta obra de teatro, sin saber donde empieza el párrafo y donde acaba, sin poder fundirme homogéneamente en el conjunto como una gota de agua. Vapuleada, agarrándome al filo de la superficie, con los dedos blancos y resbaladizos, creyendo una y otra vez que voy a caer pero logrando sostenerme a pesar de todo, en una sucesión de días que me atenazan la garganta y me la atoran. 

Mirando hacia atrás, buscando en una infancia llena de tormentosos recuerdos pero pese a todo cálida. Recordando los espacios de un hogar seguro, donde el ruido de fuera desaparecía, donde la crudeza del exterior era solo un mal al cual podía ponerle barreras invisibles. Pero ahora, ahora el miedo se cuela entre las rendijas de mi casa, entre los ladrillos de las paredes, los vidrios de las ventanas, y llega a mi piel y se funde con ella. Ya no puedo esconderme dentro de la cama ni dentro de un libro ni dentro de un abrazo. 

Son en momentos como este, en espacios de silencio y vacío, donde puedo parar de representar el papel de la obra de teatro, es cuando al fin el aire me entra en los pulmones y soy capaz de respirar. Es entonces cuando encuentro la fuerza para darme impulso, salir del agujero y avanzar. 

Esa es 

la importancia

de mi soledad.

13 mar 2023

El camino que uno traza con el lápiz

Durante años, antes de entender un resquicio de la vida, de sus complejidades y sus pasiones, de los tactos que deja en la piel, cuando solo alcanzaba a mirar por encima de la mesa del comedor a duras penas, he escrito. 
Escrito sobre todo lo que uno puede hacerlo. De lo más profundo y de lo más trivial, de las nostalgias, de historias inventadas, de personajes que no eran yo sino un reflejo en el espejo. Y ahora, delante del ordenador, en una pausa del trabajo, me planteo ¿Por qué hace tanto que no escribo? ¿Por qué ya no siento esa necesidad? Tal vez el ego ha disminuido. La necesidad de ser alguien grande, de dejar mi legado, ha dejado de importarme. Y ahora encuentro en la vida diaria placeres que son parecidos al escribir. 
Charlar con una amiga sobre diversas reflexiones, con mi pareja, con mis padres o mi hermana. Expresar de otras formas la sensación al borde de la lengua, mediante un baile solitario cuando nadie puede verme. Mediante la lágrima, el dibujo, o a través de mi propio diálogo interior. 
Sin embargo, cada vez que vuelvo a estar delante de un espacio en blanco como este, cada vez que lo único que veo son letras en un papel, regresa la conexión. Y ya no tengo 26 años; es 14 de febrero de 2009 y escribo el primer relato en este blog. Y luego tengo 15 años, 16, 20, 23. Vuelvo a pasar por cada una de las etapas de mi vida en las que la lectura y la escritura fueron la forma de lidiar con las cosas que no comprendía, que no alcanzaba a coger con las manos, que se me perdían en complejidades demasiado grandes para un ser tan pequeñito. 
Vuelvo a ser una niña encerrada en el baño leyendo un libro a escondidas de sus padres, vuelvo a esconderme entre los oleres de las páginas para evadirme de una realidad dolorosa, a escribir con lápiz y papel en mis diarios para entenderme a mí misma. Vuelvo a ser frágil y la nostalgia golpea con fuerza, y esa sensación de calor que me deja en el cuerpo me dice
lo hagas todos lo días, lo hagas una vez al año, o no lo hagas nunca
realmente no importa porque siempre estaremos ahí para ti; las palabras.

Entonces sonrío en silencio, sola en mi habitación,
y el miedo 
d e  s  a    p     a      r       e        c       e.

30 jun 2022

Romper el esquema

 En el tren, observo el mundo y el cielo. Se pone el sol delante de mí, y pasan los pueblos y los cultivos y la tierra se vuelve naranja amarilla verde y marrón. Me siento viva, veo mi reflejo en el cristal, tan de cerca que pierdo toda referencia. La nariz, las pestañas, las pecas y los poros de la piel. El brillo en las gafas de metal. Y me doy cuenta, en ese preciso instante, de que tengo un cuerpo. Un cuerpo que salta, un cuerpo que corre, un cuerpo que come delicias y siente el salitre de la piel y se tuesta al sol. Unas manos que pueden coger, abrazar, sentir el tacto al entertarlas en la húmeda orilla del mar. Y puedo hablar y contar mil historias, las buenas y las malas. Puedo oír todas las canciones del mundo. La flauta, el piano, la voz humana, el violín. Oír el rugir de las olas, el ladrido de un perro, la risa de un niño, el te quiero de quien más me importa. Y mientras miro mi reflejo en el espejo, me doy cuenta también, que poco importa. Poco importa la forma que tengan mis manos para tocar poco importa la forma de mis ojos para ver y la forma de mis orejas para oír. Poco importa la forma de mis piernas y de mi vientre y de mi rostro, porque no estuvieron hechos para ser hermosos sino para abrirme paso en el regalo que una sola vez da el universo: estar viva.

9 jun 2021

Pausa

Caminaba sola entre los juncos. No era capaz de ver nada más allá, solo el verde del espacio en el que se encontraba. Allí, el viento le arrullaba los dedos, no le dolía el pecho. Estaba sola y a salvo.

"Ojalá pudiese quedarme aquí para siempre" se dijo. Ya sabía que no ocurriría. El tiempo no escucha a las pequeñas almas que vagan por él. 

Y entonces,

todo se detuvo.

2009-2017. Todos los derechos reservados a Ali Alina.