7 abr 2010

Crónicas de estar por casa XVII

Tus zapatos de tacón.
Otra vez.
Tus labios tiznados de morado.
Otra vez.
Tu piel escarlata cuando el sol se ponía al anochecer.
Otra vez.
Ya me tienes preso en esta silla, ya no soy capaz de levantarme y deliberar sin ansias. Ahora la verdad me come por dentro, me aprisiona y me deja sin aire. Te fuiste de esta casa, así tal cual, cogiste tus mentiras, tus costumbres y tus besos y estuviste a punto de tirarlos por la ventana. Pero al final lo guardaste en la maleta, sabiendo que yo te suplicaría que me lo devolvieras. Y lo hice. Me arrodillé ante ti pidiéndote perdón, rezando porque no te fueras. Pero la crueldad se apoderó de ti y te marchaste, irracional como eras, con la cabeza erguida y las zapatillas de estar por casa.
Sonreí al verte subir de nuevo las escaleras aquel verano, apenas unos meses después. Tú no quería haberte marchado, solamente me querías ver llorar.
Tú creías que esa era la forma de comprobar mi amor por tí, pero te equivocabas. Me hiciste daño y no podrás volver a arreglarlo, tengo el corazón roto. ¿Sabes cuanto costará arreglarlo?
Tus zapatos de tacón.
Otra vez.
Tus labios tiznados de morado.
Otra vez.
Tu piel escarlata cuando el sol se ponía al anochecer.
Otra vez.
(Adiós. Todos son trastos viejos de los que me despido sin ganas).

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