12 jul 2010

Blanco y negro amarillento.

-Españaa- Aquí en pequeñito...
Por cierto, un seguidor más... hurra.
Esta claro que continuaré la historia porque no se puede quedar así, aunque está bien dejaros con la intriga ¿no?

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Esa mañana el cielo se tornó oscuro de repente, y las nubes grises a Margueritte le recordaron días que deseaba borrar de su mente. Aún así, cerró los ojos e intentó que las malas sensaciones y los falsos presagios se fueran y dejaran paso a la felicidad que verdaderamente sentía.
- Ya hemos llegado- murmuró, como si intentara convencerse de ello. Miró a su hijo de reojo y una oleada de imágenes acudió a su cabeza. Asió su bolso negro y sus uñas se tornaron pálidas y blanquecinas. Cerró los ojos y levantó la cabeza hacia el cielo, las nubes pasaban sobre ella sin prisas.
- Venga David, al vestuario- y mientras hablaba sus ojos otearon su alrededor. El césped verde y recién regado le dañó a los ojos. Sus pupilas sobrevolaron rostros llenos de arrugas, pelos teñidos de rubio, pelos sin teñir y blancos. Faldas negras y ajustadas, tacones que no hacían a la gente más alta y labios sin gloss. Vio a personas que bien podían haber sido sus padres, incluso creyó distinguir a su profesor de Física, perdido entre los árboles que daban paso al bosque. Pero no pudo reparar demasiado tiempo en ellos.
David miró a su madre compungido.
- Venga mamá, el campeonato comenzará antes de media hora- y antes de que nadie pudiera responder, ya se había perdido tras la puerta opaca.
Margueritte, en cambio, quedaba sola en medio del parque, rodeada de hojas del reciente otoño, mirando a un punto determinado. Mirándolo a él.
No era posible.
No era posible.
No era posible.

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