19 jul 2010

Llovió sobre mojado...

Las alcantarillas vomitaban agua. El centro de la ciudad era un hervidero de gente. Calor en el metro, olor a suciedad. Paraguas mojados, chubasqueros y calcetines altos. Botas de agua y chapoteos. Colapso delante de la parada del autobús. ¿Riego por aspersión o por goteo?
Camisas mojadas, mares de agua sin playas, arena, sin sol. Solo nubes grises.
Teresa corre. A cámara lenta los charcos se deforman cada vez que pasa sobre ellos. El impermeable negro parece no servir de nada. Va calada hasta los huesos. El gorro resbala y cae, el pelo se le moja de nuevo. Ahora yace pegado a la piel, caído y muerto. Las luces rojas de los coches se confunden con velas encendidas, los semáforos danzan un vals de colores que nadie alcanza a ver. Las luces se distorsionan y se convierten en líneas fluorescentes. Teresa corre, y llega a la puerta de su casa. Busca las llaves en el bolsillo. Resbalan y caen sobre el suelo. Al agacharse, Teresa puede ver su rostro pálido y medio muerto. Sin ganas de nada. La estufa le espera dentro. Los movimientos se ralentizan. Abre la puerta. Entra. Enciende la estufa. Crepita el fuego e ilumina la estancia.
Un buen chocolate caliente, procurando no ser derramado sobre la alfombra roja. Sobre la moqueta blanca.

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