20 jul 2010

Justo desde Canelones.

Un 2 de Abril de 1939, desde la estación de trenes de Canelones. Uruguay.
Sin remitente. Hacia una España que no vale la pena.

¿Cómo va por allí, Marcos?
Aquí ya te echo de menos. El rumor de las olas, las dunas de arena llenas de hierbajos, los pantalones cortos y los pies descalzos... todo me recuerda a ti. Canelones no es una ciudad cualquiera. Aún hoy, después de tantas visitas, después de tantas ansias y tantas esperas, me gusta sentarme en los asientos roídos de la estación. Allí saco mi libreta y escribo, escribo todo lo que se me pasa por la cabeza. Las tardes de primavera del pasado Marzo, donde contábamos trenes aquí, sentados un poco más allá, entre aquellos dos abetos que aún se pueden distinguir en la maleza.
Aunque no está abandonada, esta estación yace medio muerta. Es una de las pocas que han logrado sobrevivir al paso de los años, aunque como en cualquier ser humano se notan las diferencias. Las paredes ya no son blancas, el reloj que daba las doce en punto se ha parado de repente. Las voces se han congelado. No se oye el sonido agudo del tren a su llegada, ni la voz de esa mujer que siempre llevaba una flor roja enorme en la pamela ¿la recuerdas? Cogía el tren todos los viernes por la tarde, de regreso a casa. Ni que decir del vendedor de cupones, ahora quedara reducido a nada. Desde que tengo consciencia, lo veo pasearse por la estación, con sus zapatos de claqué, de esos que ya ni siquiera se llevan. Sus pasos parecían un baile descompasado, un hombre cuyo destino se había perdido entre raíles. Hay muchas personas que formaron la estación, que la animaban y la convertían en otra cosa. Ahora eso ya no existe. El todo y el nada, aquello de lo que siempre habíamos hablado.
¿Cómo pueden cambiar las cosas en tan poco tiempo, Marcos? ¿Cómo puede convertirse la vida perfecta en un suplicio, en un mundo de heridas abiertas? Allí terminó ¿no? Eso dicen todos. Pero tú no sabes decir si es realidad eso de que acaba.
Aún hay que arreglar muchas cosas en este mundo, aún hay que dar muchos pasos hacia delante. Huí de allí y me encuentro aquí ahora, escribiéndote desde la estación de Canelones, sentada donde tu y yo, hace ya varios meses. Casi como si fueran años.

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