21 nov 2010

Notas de piano inexistentes y guitarras eléctricas rotas.

El teléfono sonó y yo no estaba en casa. La abuela Nana lo cogió con dedos temblorosos y, cuando colgó, se quedó en silencio varios minutos, a la espera de que alguien le dijera que lo que acababa de escuchar no era real. 
Alma a la guitarra eléctrica cantaba canciones tristes para mí esa misma mañana. Yo bailaba sobre la tierra mojada sin importar que se mojaran los zapatos de cuero que me habían regalado por un cumpleaños que ya apenas recordaba. Joe y sus gafas de sol nos observaban desde detrás de un árbol con descaro. Estaba enamorado de mí y yo de sus sueños. No recuerdo cuando todo se rompió en pedazos. No el momento exacto. Solo sé que alguien llegó y me dio la noticia en voz baja, con cuidado, como si yo fuera una muñeca de porcelana que se puede romper. 
Cuando llegué a casa cerré la puerta tras de mí y vi a la abuela allí, sentada sobre la maca, meciéndose hacia delante y hacia atrás, como si no hubiese sucedido nada. No era necesario romper el silencio. Me senté frente al piano y lo toqué sin partitura, sin notas exactas. 

El mundo se ha vuelto del revés y ya no nos queda nada. 

Perdonad por mi ausencia, siento deciros que no creo que aparezca por aquí, 
y mucho menos por los blogs, a los que tengo abandonados. Sé que no he puesto casi 
ningún comentario, pero eso no significa que deje de leeros. En 
cuanto tenga tiempo regreso a las andadas. 

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