No sabes lo que es despertarse cada mañana con sus ojos en la cabeza, esos que quedan entre el oliva y el fango, que te dedique una de sus sonrisas junto a las que no hay nada que no valga la pena. Que he pesado gramo a gramo cada peca de su rostro imperfecto, he dibujado sus mejillas y sus cicatrices, cada arruga en la piel como si fuesen secretos.
Y no me digas que la miré, que vea como coge la taza con el dedo índice y el corazón mientras aguarda a enfriarla porque cierro los ojos y me lo sé de memoria. Que conozco su sonrisa en todas las escalas, cada gesto y cada susurro, el timbre de voz que utiliza en cada una de sus palabras, el temblor en el labio inferior porque sabe que no puede llorar por cosas que no valen la pena.
Sé que cuando está nerviosa hunde los dedos en su pelo crespo, que hace ademán de hacerse una coleta y al final se queda siempre en el intento. La he visto vivir, la he visto amar, la he visto sentir y he sentido con ella.
Así que ahora ven tú, que te la has quedado como si fuera un capricho, que te desprenderás de sus olores cuando te aburras, que retirarás cada pelo de tu chaleco en el que hundió su rostro para sentirse querida. Ahora ven tú y dime que no la quiero, que jamás la amé, e intenta buscar verdades donde sólo hallarás mentiras.