Él me pegaba, pero lo hacía por mi bien. Porque yo no le hacía caso, porque le cuestionaba.
Una de las veces, mientras me hablaba, tuve la osadía de interrumpirle y me pegó. Claro. Porque me lo merecía. ¿Quién era yo, más que una simple mujer, cómo para rebatirle algo? ¿Acaso no hice bien dejando mis estudios por él, criando a los niños por él, limpiando la casa por él? Me quería, no me pedía nada a cambio y era bueno conmigo, romántico en ocasiones. Me quería. Sí. Me quería muchísimo y, además, después de pegarme, la mayoría de las veces me perdonaba. Y si no le gustaba que fuera con falda corta, pues lo entendía, porque casada como estaba, era un pecado ir provocando al ojo ajeno. Cuando venía borracho era por el estrés del trabajo, y en la mayoría de ocasiones, aunque me pegara más fuerte, solía dormirse y dejaba de gritar. Así, los niños podían dormir tranquilos.
Él nunca se preocupaba por ellos, pero es que para eso estaba yo. Y si no lo hacía él siempre intentaba recordármelo por mi bien. Por que lo deseaba. Mi felicidad.
Él nunca se preocupaba por ellos, pero es que para eso estaba yo. Y si no lo hacía él siempre intentaba recordármelo por mi bien. Por que lo deseaba. Mi felicidad.
Y ahora estoy muerta.
Pero seguro, seguro, que me lo merezco.