De pequeña las cosas siempre me salían bien. Si algo se perdía, lo encontraba. Si alguien se ponía malo, se recuperaba. Y así con la mayoría de los acontecimientos que rodeaban mi vida. De hecho, jamás me planteé que las cosas pudiesen ser de otra manera, igual que cuando ves una película de ficción tampoco te planteas que el villano domine el mundo y el protagonista muera. Simplemente, esas cosas no pasan.
Y cuando te haces mayor (dentro de lo que yo puedo permitirme llamarme mayor) te das cuenta de que el mundo no te favorece para que los acontecimientos se resuelvan solos. De que eres tú el que tiene que saltar los obstáculos y hacer que las cosas vayan bien. Y es duro. Lo es porque en esta sociedad nos han enseñado que cuando un juguete se rompe es más fácil comprar una nuevo que repararlo. Pero yo no quiero ir obviando mis problemas, no quiero intentar encontrar el juguete perfecto porque, seamos sinceros, todos terminan por romperse.
Pese a todos los dilemas, aún veo mi vida y pienso que se pueden arreglar las pequeñas cosas de ella que van mal. Porque por encima de los defectos que tiene, esos defectos que todos tenemos al fin y al cabo, es sin duda maravillosa (y sería una estúpida si no supiese apreciarlo).