12 nov 2019

El cristal de la cafetería

La mujer tras el cristal lloraba. Su rostro lo cortaba un trozo blanco, reflejo de una lámpara del interior. La observó en silencio, con la comida aún entre los dientes, sabiéndose participe de algo que no le pertenecía.
Imaginó la historia tras aquella mujer y supuso que se encontraba sola. Sin consuelo, pero sin miedo a que los demás vieron su desazón. No se enjugaba las lágrimas que caían; solo las dejaba correr como uno deja correr a un río, sin capacidad para pararlo.
Lo que la observadora no sabía, era que a ella también la miraban.
Dos pares de ojos iguales de perdidos que los suyos, en la búsqueda eterna de encontrarse en otro.

2 abr 2019

Echo de menos mi kasa


Echo de menos salí e ir pal parque de los perdigones con la Vicky, a comer pipas. O pasar debajo del arquito de la Macarena, tirando pa San Luis a buscarme a la Julia. En San Luis también está la Revo, con la puerta tapiá diciéndome que ya no podré aprender más cosas entre esas paredes okupas. Luego tiro palante y llego a casa de la abuela, a llevarme un par de besos y bollito de leche.
Otras veces me viene el Andrés desde Triana, y nos recorremos filosofando tol Guadalquivir y luego a sentarnos en un banquito de la Alameda, sabiendo que me voy a encontrá a mi hermana y a volverme a casa con ella a las tres de la madrugá por la calle Feria porque a ella no le gusta tirar por mis calles xicas.
Ar dia siguiente voy con la mama pal centro, y le cuento mis dramas pa que me escuche con paciencia, y después nos recoge el papa, que no podía salir antes porque estaba metio en una pila de libros. Nos sentamos en la esquinita de Barqueta y les reflexiono la vida mientras comparten las cervezas.
En el centro, al laito de las Setas, me meto en Bellas Artes con mucha nostalgia, me bajo a los sótanos pintaos, a los debates de arte en las puertas del baño, y me queo sentaita en el patio saludando a la gente al pasar. Y a la vuelta esta recién cerrá pa siempre mi librería favorita, y el Mercao huele a pescao y a flores.
Y ya en el kelo, antiguo patio de vecinos con fachá blanca, me tiro en el suelo y miro dos pisos parriba, a la montera, donde por er día está la sombra del toldo de la azotea y por las noches me reflejo. Y mi tortuga Lechuguita asoma la cabeza y yo le arrasco, porque sé que le gusta.
Sevilla, niña mía, que me hueles distinta al resto del mundo y ay
Ay como echo de menos mi kasa.

6 feb 2019

La lavandería

Vivo en vorágines. Se me mueren las palabras al borde de la lengua, incapaz de expresar. No sé si lo que siento es alegría o tristeza, solo sé que es profundo y que dentro, se demora. Que da vueltas y vueltas y se remueve como una lavadora traqueteando en un local de lavado rápido.
Vivo echando de menos las sensaciones, queriendo tenerlas otra vez, retorciendome por ir un paso más allá, por sacar la ropa sucia del plato y sentirla mojada entre los dedos, con olor a detergente, vainilla artificial de cuatro euros en el supermercado.
Tras el cristal está oscuro y solo existen los reflejos. No hay luces de neón anunciando los precios, ni los azulejos están limpios. Todo tiene un aire a ciencia ficción, de no existir, vacío como la traquea por donde se me cuela el aire oscuro. 
Vivo en vorágines, en una lavandería inexistente, viendo dar vueltas a ropas que sé que no me pondré jamás. Fuera, el viento canta melodías en silencio.

16 dic 2018

La muerte

A veces la muerte se parece tanto a una amiga
que dejaría que me arropase con su manto
y que hiciese todo este caos cesar.
Luego se me pasa, me peleo con ella,
la temo me ansía y la ignoro.
Vuelvo a tener ganas de respirar.
Pero ay, esas veces,
esas veces me quedaría dormida en sus brazos
y dejaría el mundo abajo
y podría respirar tranquila
por primera vez en años.

A veces la muerte, se parece
tanto
tanto
tanto
a una amiga...

Mi maldición

Me reformulo la coraza como si me sirviese de algo, como si no me la destrozase a mí misma continuamente. Dejo a la gente entrar y me gustaría tener otro tipo de defensas, helarme el alma y no encendermela por cada mirada, por cada sonrisa, por cada cariño, pero una y otra vez rompo mi indeferencia y los ojos me brillan. Vivo en la pasión incluso cuando la pasión está al borde del precipicio y es sinónimo de caída inminente.
Voy a encerrarme en las cuatro paredes de esta habitación y a escribir. Escribirme la sangre en las líneas y a leer a los que, siglos antes que yo, ya padecían mis mismos males. El folio en blanco me da pavor, pero es un miedo más asumible que el de sentirme un astronauta ajeno, flotando en el espacio, en medio de una calle abarrotada. 
No sé leer a la gente. Ojalá supiera, pero no sé. Y a su manera, todos ellos son también una hoja en blanco. Hojas en blanco en las que no puedo escribir porque hace tiempo que nadie nuevo me deja dedicarle unas cuantas letras.
Mi coraza, mi coraza inexistente, es vaho, es aire, es penetrable por sentimientos y espadas. No sirve de nada. No soy una persona dura, no soy una persona fría, no soy una persona racional. Esa es la maldición con la que nací, y esa es la maldición con la que voy a morirme.
Vuelvo a rendirme una vez más (Ojalá pudiese ser de otra forma).

12 dic 2018

Las hojas revolotean


En la plaza, el viento mueve las hojas. 
Pam se lleva el cigarrillo a la boca y entrecierra los ojos cuando los CDs colgados del balcón de la vecina le hacen rebotar la luz en los ojos. Hay una calma en el espacio que acompaña los gritos de los niños. Los viejos juegan a la petanca, Matilda reparte pan a las palomas y ella, sentada en el banco, se deja calentar los muslos por el sol. 
No tiene prisas, ni ambiciones.
Piensa en la noche pasada, la noche en la que por fin había podido dar todas las caricias que guardaba. Lo necesitaba. Necesitaba ese calor de entre las sábanas, necesitaba ese beso, necesitaba que la miraran con los ojos con los que te mira alguien que te escucha y empatiza.
Aún así, Pam no se ilusiona. Sabe que no siempre todo es la calma de esta plaza, y tiene heridas de antiguas caídas. El amor nunca ha sido tan bueno con ella como se merecía, y se extraña de que ahora haya el cariño vuelva a abrazarle la piel.
Pero aún así, que bien supieron los dedos de esas manos, que bien supo ese orgasmo, que bien sabrá volver a quedar y, aún si las cosas no siguen,
que bien sabrá el recuerdo.

25 nov 2018

No quiero una sola noche de sexo

Ahogada, sola, siempre sola rodeada de gente, la mujer sigue buscando.
Esta vez no tiene miedo del amor, tiene miedo de que el muro se tropiece siempre con ella, como si su masa sólida se moviese, como una pluma, para impedirle llegar al otro lado. 
Se encuentra con la figura de un hombre, lo imagina rodeandole el cuerpo, luego el hombre se va y todas sus ilusiones se desvanecen. En medio de la soledad, la mujer se pregunta si es que no merece, si es que hizo algo mal y por eso los ojos la esquivan y las manos la evaden. 
Si es por eso que no puede estar horas tirada en una cama al amparo de una barba, o de un pecho que respire como el de ella. Si es que está condenada a los huecos vacíos de las sábanas, que son siempre los mismos y ya se conoce de memoria.

19 jun 2018

Ser mujer

La mujer se siente sola, no sabe muy bien quién es. No está mal en el vacío oscuro del propio sexo, del no-roce, pero a veces echa de menos el volver a ser lujo y grito y escándalo. 
Se camufla entre las cuatro paredes y allí, la mujer sueña. Lee libros, son como el orgasmo, la saciedad, el gemido que no encuentra en el resto de las cosas. También ve películas y escucha música. El mundo parado de estas cosas la hace feliz.
No debe pelear con nadie. 
Es libre.
Pero esta sola.
La mujer se cultiva a sí misma como a una planta y se riega todo los días, pero a veces se le pudren las hojas. Lucha contra el aire que le aplasta la cabeza y la gravedad que la tira abajo más allá del suelo, por su individualidad, y entre las ventanas se le cuela a veces un deseo de roce de piel, de saliva, de un beso. Quiere volver a ser sexo, quiere volver a ser sangre y quiere volver a ser púrpura, pero todo lo que encuentra se le pierde debajo de la cama cuando juega a imaginar cosas que vuelven cálidas las sábanas. Nada más.
La mujer está sola y echa de menos los cuerpos. Piensa si es valiente por seguir a la deriva y pese a todo remar o si solo es una lucha de egos. Fuera de todo el espacio onírico sabe que solo la esperan desgracias. El amor lo imagina continuamente, como a un dios, luego recuerda el pasado y se le acaban las ganas.
Le duele el pecho y se hace daño. 
La mujer se corta el pelo, se lo deja largo, se lo arranca del bozo y de las piernas y del entrecejo pero ¿para qué? ¿Hacer todo eso le hace más mujer? ¿Acaso no le sangra ya la entrepierna de todas formas? 
La mujer se pregunta continuamente por qué es mujer.
Para qué, para quién.
Luego escribe este relato para tragarse las lágrimas.

16 abr 2018

Parvulario V

Han pasado dos meses, y vuelvo a cambiar la forma. Muto como un animal, eso soy, un regurgitar continuo de ideales. Abandonada, vuelta a encontrar, me he recluido a este espacio cerrado, acompañada solo de tres almas. A veces cuatro. Muchas cinco.
Nada más.
Escribo y dibujo, sueño, invento mundos y personas que no existen de verdad, y a veces me duele el pecho de pensar que solo vivirán dentro de mi alma y en la de otros pocos. 
Es mi universo igual que yo, y yo estoy viva y respiro y sé que tengo sentido. Pero al final, vivo también solo en la mente de unos cuantos. En la de los demás, para el resto de la humanidad, estoy muerta. 
Somos mis personajes, mis paisajes y yo la misma cosa, y todos moriremos a la vez. Pero para eso queda mucho todavía. 

27 feb 2018

Basura

Me rindo.
Aunque sea un rendirse de arrepentirse después, de olvidar a los dos días, ahora mismo
me rindo.
Con los zapatos puestos, el abrigo sin quitar, el dolor en la espalda, me rindo.
Ya no quiero buscar más. Solo me sale a tientas, un intento de lo que ellos ya tienen. Yo soy la única perdedora en esta historia. Yo soy la única que sigo aquí, oyendo las mil voces del interior, queriendo arrancarse la piel de tanto asco, de tanta mugre que se me acumula debajo del estómago.
Me rindo.
A lo mejor mañana vuelvo a empezar, el contador de cero, como hago siempre, como haré hasta que me muera, que remedio sino, pegarse un tiro en la sien o meter la cabeza bajo el agua.
Pero hoy no. Hoy me voy a la cama habiéndome rendido. 

Espero encontrar en mi rendición, en mi soledad no elegida,
un poco de calma a toda esta barbarie. 

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