13 mar 2023

El camino que uno traza con el lápiz

Durante años, antes de entender un resquicio de la vida, de sus complejidades y sus pasiones, de los tactos que deja en la piel, cuando solo alcanzaba a mirar por encima de la mesa del comedor a duras penas, he escrito. 
Escrito sobre todo lo que uno puede hacerlo. De lo más profundo y de lo más trivial, de las nostalgias, de historias inventadas, de personajes que no eran yo sino un reflejo en el espejo. Y ahora, delante del ordenador, en una pausa del trabajo, me planteo ¿Por qué hace tanto que no escribo? ¿Por qué ya no siento esa necesidad? Tal vez el ego ha disminuido. La necesidad de ser alguien grande, de dejar mi legado, ha dejado de importarme. Y ahora encuentro en la vida diaria placeres que son parecidos al escribir. 
Charlar con una amiga sobre diversas reflexiones, con mi pareja, con mis padres o mi hermana. Expresar de otras formas la sensación al borde de la lengua, mediante un baile solitario cuando nadie puede verme. Mediante la lágrima, el dibujo, o a través de mi propio diálogo interior. 
Sin embargo, cada vez que vuelvo a estar delante de un espacio en blanco como este, cada vez que lo único que veo son letras en un papel, regresa la conexión. Y ya no tengo 26 años; es 14 de febrero de 2009 y escribo el primer relato en este blog. Y luego tengo 15 años, 16, 20, 23. Vuelvo a pasar por cada una de las etapas de mi vida en las que la lectura y la escritura fueron la forma de lidiar con las cosas que no comprendía, que no alcanzaba a coger con las manos, que se me perdían en complejidades demasiado grandes para un ser tan pequeñito. 
Vuelvo a ser una niña encerrada en el baño leyendo un libro a escondidas de sus padres, vuelvo a esconderme entre los oleres de las páginas para evadirme de una realidad dolorosa, a escribir con lápiz y papel en mis diarios para entenderme a mí misma. Vuelvo a ser frágil y la nostalgia golpea con fuerza, y esa sensación de calor que me deja en el cuerpo me dice
lo hagas todos lo días, lo hagas una vez al año, o no lo hagas nunca
realmente no importa porque siempre estaremos ahí para ti; las palabras.

Entonces sonrío en silencio, sola en mi habitación,
y el miedo 
d e  s  a    p     a      r       e        c       e.

30 jun 2022

Romper el esquema

 En el tren, observo el mundo y el cielo. Se pone el sol delante de mí, y pasan los pueblos y los cultivos y la tierra se vuelve naranja amarilla verde y marrón. Me siento viva, veo mi reflejo en el cristal, tan de cerca que pierdo toda referencia. La nariz, las pestañas, las pecas y los poros de la piel. El brillo en las gafas de metal. Y me doy cuenta, en ese preciso instante, de que tengo un cuerpo. Un cuerpo que salta, un cuerpo que corre, un cuerpo que come delicias y siente el salitre de la piel y se tuesta al sol. Unas manos que pueden coger, abrazar, sentir el tacto al entertarlas en la húmeda orilla del mar. Y puedo hablar y contar mil historias, las buenas y las malas. Puedo oír todas las canciones del mundo. La flauta, el piano, la voz humana, el violín. Oír el rugir de las olas, el ladrido de un perro, la risa de un niño, el te quiero de quien más me importa. Y mientras miro mi reflejo en el espejo, me doy cuenta también, que poco importa. Poco importa la forma que tengan mis manos para tocar poco importa la forma de mis ojos para ver y la forma de mis orejas para oír. Poco importa la forma de mis piernas y de mi vientre y de mi rostro, porque no estuvieron hechos para ser hermosos sino para abrirme paso en el regalo que una sola vez da el universo: estar viva.

9 jun 2021

Pausa

Caminaba sola entre los juncos. No era capaz de ver nada más allá, solo el verde del espacio en el que se encontraba. Allí, el viento le arrullaba los dedos, no le dolía el pecho. Estaba sola y a salvo.

"Ojalá pudiese quedarme aquí para siempre" se dijo. Ya sabía que no ocurriría. El tiempo no escucha a las pequeñas almas que vagan por él. 

Y entonces,

todo se detuvo.

26 abr 2021

Como una niña

música.

Hay un reflejo en la ventana. El de todas las cosas de esta habitación que, en un universo paralelo, contactan con la realidad a través del frío del vidrio. Detrás, las luces de una ciudad que aguarda en silencio a que la observe. Me siento en la cama, con la luz de la mesilla encendida, y abro la ventana dejando que el frío me de en la cara. Desde el séptimo donde está mi habitación, el viento se cuela por todos los rincones. Suena como una solista de jazz, lo oigo rebotar por las paredes. 

El paisaje es grande y yo lo veo, pero el no puede verme a mí. Contenida entre miles de ventanas más, me desvanezco. Me gusta desaparecer de repente, en medio de los sonidos de sirena, de las motos acelerando, del tren pasando por su vía frente a mí, llegando al fin a su destino. Me gusta no ser nadie porque, de alguna forma, es la única manera que encuentro de serlo todo. De ser el cielo, las nubes, las antenas de los edificios más altos, las luces que se apagan en las ventanas, la primera nota musical que sale del altavoz de mi teléfono móvil. Parte de un mundo que va tan rápido que uno no tiene tiempo ni de alcanzarlo con la mano, porque se desvanece entre los dedos como la arena. 

Cuando abro los ojos a ese mundo, cuando me fijo en cada pequeño detalle del paisaje, entonces comienzo a ver. Veo de verdad, libre de la ceguera pasajera con la que la vista se nubla en el día a día, libre de la ansiedad, de los miedos. Me doy cuenta de que estoy viva. Que me late el corazón, que pienso, que soy capaz de almacenar recuerdos y que, al borde de mi cama, siento el frío del alféizar y oigo la música y detrás del móvil está mamá, y delante de mí un mundo entero que, desde que nací, alguien me regala sin pedir nada a cambio. En esos momentos la vida se me antoja sencilla. No me pide nada. Me doy cuenta de que lo único que tengo que hacer es vivirla. 

Luego me retiro de la ventana y la ceguera vuelve a mí. Me regresan las preocupaciones del trabajo, de la inestabilidad, el miedo a perderme, a no ser suficiente, la comparativa. Pero en esos instantes delante de la ventana, bajo el cielo nocturno, todo se me olvida y puedo llorar de felicidad, sin miedo alguno, volviendo a ser una niña.


8 sept 2020

Una historia sobre el dolor

Hijo, no has nacido aún, pero necesito contarte una historia. La historia de cada uno de los seres vivos de este enorme planeta. Una historia de sufrimiento.
Cuando uno nace, y se abre paso entre las carnes de la madre, experimenta por primera vez el dolor y también, el primer verso de la muerte. Experimenta el duelo de la pérdida del hogar.
Es cierto que desde esa primera bocanada comienza uno a sufrir. También comienza a vivir. Respira y el mundo se le antoja gigante. Hijo, no conocerás un sentimiento más común a todos los seres que el dolor, y sin embargo tampoco habrá ningún otro que nos haga más egoístas. La rabia, la tristeza, la soledad, el hambre, todos van atados al sufrimiento como el collar de un perro a su amo. 
Harás el mal en nombre de este negro amigo. Te justificarás rezándole por las noches y, si no mantienes la cabeza fría y el ego en silencio, se apoderará de ti como el más letal virus. Esta sociedad, en gran medida, ya está envenenada de él. Lo utiliza para excusar, continuamente, la sangre con la que se tiñen las manos. 
Pero no es para eso para lo que sirve sufrir. Y si te traigo a este mundo, hijo, no es para que te hundas en su fango, sino para que lo uses para impulsarte, porque esa es su verdadera y única finalidad. El dolor es parte de la vida porque es lo único que le da sentido. Porque solo se puede llegar al final de camino abriendo sufrido, y solo puede uno morirse en paz cuando enfrenta al dolor y  puede sostenerle la mirada. 
Y cuando hay seres humanos capaces de no dejarse corromper por él, cuando hay gente que del fango saca la más pura de todas las sustancias, cuando veas ese milagro, hijo, entonces entenderás porque te traje a este mundo. 
Porque este es, y será, mi único legado.

5 jul 2020

Un olor

Hay un olor a madera por toda la habitación. Sentada en el taburete, paso los dedos por la mesa y se me quedan en los dedos virutas de una escultura a medio hacer. Siento que nada volverá a oler igual que eso nunca más. Que nada volverá a ser como las tardes entre cojines rosas en el sofá de la abuela, pintando con las primas. La puerta de cristal a través de la cual el seis de enero se entreveían las siluetas de los regalos. 
Nunca pasarán mis dedos igual por la puerta tosca del pueblo y nunca volveré a tenerle miedo a las avispas del peral. Y por las noches, todas en el mismo dormitorio, la abuela no me rascará la espalda mientras cuenta historias alucinantes de su vida porque ya no se acuerda. No volveré corriendo a casa, refugio eterno del exterior, y me acostaré en la cama a leer a escondidas mis libros. No soñaré con magia, ni será papá un escudo nocturno contra los monstruos. 
Ahora el mundo es un poco distinto. Más gris y más oscuro. Y la mente, animal salvaje, parece dominada por el miedo. Sola en esta ciudad, sola en esta casa, miro a través de la ventana y llamo a mis padres. Su voz es como un bálsamo que me hace sentir a salvo. Porque es solo cuando recuerdo que están ahí que adquiere el presente el dulzor de los días pasados y me doy cuenta de que esto que vivo ahora será también, en algún momento, un bonito recuerdo. 
Hay un olor a madera por toda mi habitación...


15 mar 2020

El duelo del 15 de marzo de 2020

El abuelo decía "La vida es corta, pero ancha. Uno tiene tiempo para todo". Y ahora, confinada en este espacio oscuro, sin más compañía que mis propios silencios, me gustaría que estuviese aquí y pudiese decírmelo a la cara. 
Sí, es cierto. En la vida hay tiempo para llorar, para reír. Tiempo para viajar, para leer, para pelear, para hablar, y sobretodo para amar. He amado a mucha gente en mi vida, y todos han pasado por mis días con la suavidad de las cosas rutinarias. Pero ahora la rutina ha desaparecido. O peor aún, se ha convertido en algo sentenciado. Ha mutado y, de alguna forma, su nueva silueta se parece mucho a la de un monstruo. 
No sabía que había gente a la que no deseaba perder hasta hoy. No sabía que había gente a la que quería hasta hoy. Porque, de repente, te quitan el calor de un cuerpo humano y todo lo demás es tan irrelevante que duele. 
En la vida hay tiempo para muchas cosas. También para la soledad. Esa soledad que ronda siempre en la recámara del cerebro, que sientes en el corazón y que apagas todos los días, llenándote de conversaciones banales, de relaciones banales, hablando sin parar para acallar al silencio. Es fácil creer que uno sabe estar solo cuando no tiene que enfrentarse a esa sensación de verdad. Cuando mira hacia delante y no sabe si podrá ver a su familia y amigos en dos semanas o en dos meses. Cuando te asomas a las ventanas y ves a la gente, en sus casas, rodeada de los demás, pero tu no tienes a nadie.
Porque ahora, aquí, todo lo que queda es una habitación vacía, en una casa vacía, donde solo estoy yo. Yo, que llevo tanto tiempo odiándome, que llevo tanto tiempo huyendo, con el corazón doliéndome a cada paso, incluso ahora.

Sí, abuelo, llevabas razón. En la vida hay tiempo para todo.
Y tal vez este sea el tiempo de dejar que los silencios hablen y escuchar.

26 ene 2020

Negra muerte


Tat enciende el cigarrillo, y la luz del mechero ilumina la sala, vacía. Está sola. 
La puerta recién cerrada, aún puede oír los pasos de Pam bajar las escaleras. Tiene en su nieta un enlace con la realidad, al que se aferra con tal fuerza que a veces le tiemblan las manos. Hace tiempo que lo perdió todo. A sus hijos, a su marido, a sus amigos. Desaparecieron de repente, y mire a donde mire de ellos solo queda un rastro que se desvanece como el humo que expulsa de sus pulmones.
Tat se pone de pie con esfuerzo. Abre la persiana y la luz ilumina la estancia. Es un espacio vacío de cosas, que ha ocupado con silencios. Fuera, el mundo exterior fluye. Ve a Pam salir por la puerta, con las manos metidas en los bolsillos; luego la pierde entre la multitud y sonríe. En dos horas, su nieta cogerá un avión. Tiene todo el futuro por delante.
Dando la espalda a la ventana, Tat vuelve a fumar e inspira hondo, pasando los ojos por la habitación. El dolor le golpea el pecho, pero lo saluda como a un viejo amigo. Apura el cigarro hasta la última calada, luego lo apaga sin prisas. Se sienta en su hamaca y estira la mano para coger el libro que está leyendo. Piensa en lo bonita que es la imagen que sus ojos ven: sus venas a través de la piel arrugada, las páginas amarillentas, un dedo manchado de tinta. Reclina la cabeza hacia atrás y suspira. Un mechón de canas blancas le tapa la frente. 
-Ha sido una buena batalla -suspira, y una carcajada se le escapa de entre las manos -Ha sido una buena batalla -repite -Gracias por haberme dejado lucharla.
Luego cierra los ojos y no vuelve a abrirlos más.



21 ene 2020

Auto-Encierro

Encerrada en una burbuja de cristal, presa de las paredes invisibles, los techos intocables, grito. Hago caso a mi instinto, o debería. Huir una vez más, y salir de esta vorágine que me creo, como un niño que ha inventado su propio laberinto pero olvidó la salida al entrar.
Hay una soledad que alivia, y hay otra soledad que duele, en la burbuja de cristal. Y son inseparables, como dos gemelos. Si coges la una debes coger también la otra, son la llave. La clave para escapar.
Pero dentro se está cómodo y no hace frío.
No sé que hacer. Las ganas de vomitar se me acumulan en la garganta y nadie viene a rescatarme ¿Voy a quedarme aquí hasta la muerte?

19 dic 2019

Invierno

Invierno, eres denso pero calientas el alma.
Eres azul, negro, y blanco. Contigo el viento suena suave, como una manta que te arropa. Atrás quedó la alegría del verano, los gritos, las carcajadas con los pies en la arena, las siestas al sol, el vivo color de los árboles en flor. Él ahora duerme y tú hablas de una manera distinta, trasmites otros mensajes; lo haces en voz baja, y hay que saber escucharte.

Invierno, ayúdame a encontrarme.
Cuéntame en silencio todas tus enseñanzas.

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