27 ago 2010

Ni en el blanco de los ojos (5)

Dani tiene un padre del que se siente orgulloso. No es rico, no tiene fama y ni siquiera ha salido nunca en la televisión. Algunos niños de su clase se ríen de él a carcajadas y le dicen que se deje de tonterías y de presumir de algo que es penoso. Hay veces que Dani se tiene que morder el labio inferior para no llorar e impedir que las lágrimas broten de sus ojos. Su padre ha llorado muchas veces, a escondidas, porque no quiere que la gente le vea frágil e impotente, pero su hijo se asoma por la rendija de la puerta sin que él se de cuenta y lo ve casi todas las noches. Allí solo, tirado en la cama como un niño pequeño que no sabe más que patalear.
Al principio, cuando las cosas acababa de suceder, todo el mundo los miraba con respeto y agachaba la vista como si les diera miedo mirar aquellos ojos llenos de dolor. De repente los profesores, los niños y muchas personas que apenas conocía se volcaron con él y le dieron ánimos falsos de los que pronto se olvidaron. Ahora él no es más que un niño que estudia en un colegio como todos los demás.
Su padre se desahoga con lágrimas y él lo hace a través de versos y párrafos en las servilletas de los hostales en los que duermen. 
Y si ya no nos queda nada dime porque te fuiste,
ahora somos dos sombras en lo oscuro de la noche...
Solos, sin nada, caminando sobre el barro de la lluvia de un ayer lejano.
Deja que cuente estrellas como lo hacíamos los dos
una, dos, tres, cuatro... y tengo la esperanza
la vana esperanza... de que tú seas una de ellas
mamá.

Álvaro tiene un padre del que está más que harto. Cada año, por su cumpleaños, le hace regalos que él ni siquiera quiere. Por su doceavo cumpleaños le regaló un coche teledirigido color rojo... ¡Color rojo! Y mira que le dijo veces que lo quería azul. Pero es que a Álvaro nadie le hace caso. Su madre anda de aquí para allá, siempre liada, con miles de trabajos por delante. Está en Dublín, en Edimburgo, en Kyoto, en Pekín, en Tolouse, en Roma, en Venecia o en Washington... pero nunca en casa. Era el día de la madre y ni siquiera le pudo dar el regalo que le había comprado. 
Sus amigos y compañeros le miran con envidia. Vive en una bonita mansión a las afueras de la ciudad y va al colegio en un perfecto coche caro que todo el mundo se queda mirando. Álvaro sueña algunas noches que del coche sale su padre y le lleva al colegio. Como todas las mañanas el que sale del coche es Roger, el mayordomo tan viejo y tan clásico que es más padre que el de verdad. 
Las mañanas del sábado hace fiestas en su casa e invita a todos los niños populares de la clase. Están siempre Anton, Claudia, Cristina... y el ego de cada uno les acompaña. 
- Esta es mi casa-explica-el cuarto está en la tercera planta y se puede subir en ascensor. 
No hacen falta más de dos segundos para que todo el mundo esté dándole a los botones de este y subiendo y bajando. 
Pero a Álvaro nada de esto le hace feliz, no todo lo feliz que desearía estar. Por eso exige, exige tanto. Por eso pide siempre cosas caras que después no usa u obliga a sus padres a apuntarle a deportes que deja en pocos meses. Y en realidad le daba igual que el coche fuera rojo o azul, o amarillo o blanco... solo quería que él y su padre fueran juntos a comprarlo. 
Pero él nunca entró en la tienda de juguetes, y al final fue Roger quien lo encargó para que se lo trajeran a casa.

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