28 oct 2010

Tú y yo, los sueños y la realidad.

Fue en la noche, junto a las notas de un piano gris, cuando desperté del sueño y la oscuridad inundó mis sentidos hasta que solamente fui capaz de notar cada alteración en mi piel. Miré hacia el único rincón iluminado y te descubrí allí, solo una figura encorvada, alumbrada por la luz de una bombilla a punto de apagarse, consumida por el tiempo. Me acerque a ti y te arropé con la manta que me había mantenido caliente hasta entonces.
- Deberías de haberme despertado. Estaba esperando a que llegaras para cenar.
- No es justo despertar a una persona del sueño. Sería como romperle las ilusiones, aquello que quiere convertir en realidad, que desea. Los deseos son algo tan profundo y melancólico que con ellos no se puede jugar.
Sonreí y, arropada por aquellas notas, me alejé de ti unos segundos.
- Son casi las doce de la noche y mañana vas a llegar tarde a trabajar.
Te levantaste de aquel asiento que habíamos ido a comprar solo para ti y, cuando estabas a punto de marcharte y de dejar de tocar, pulsaste las teclas con cuidado, con mimo, y una triste melodía inundó la habitación por unos segundos. Eran aquellos pequeños gestos los que habían hecho que me enamorara de ti. En aquel instante, cuando lo hiciste, un escalofrío recorrió toda mi columna vertebral.
- Vamos, que hay que madrugar.
- Tú siempre tan realista, con ganas de ver solo el mundo de verdad- te acercaste a mí e inundaron tus ojos la felicidad- escapemos de este mundo sucio, vivamos. Vivamos de verdad.
Te gustaba hablar en plural. Compartir las cosas.
A mí me gustaba tocar el cielo, y contigo lo conseguía.

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