Hacía maquetas de barcos pero no las encerraba en botellas de cristal.
Soñaba con convertirse en navegante de mares, en corsario o solo, si no le quedaban más opciones, en pirata. Tenía un mapa de navegación que había hecho con su compás de las clases de plástica y papeles pintado con acuarelas color marrón, para asemejarse más a los pergaminos que ellos utilizaban. Le gustaba quemar los bordes y dejarlos secar en un rincón de la azotea, con las pinzas de plástico de mamá.
Cuarenta años después, una tarde de trabajo en casa, de componer historias de barcos -para rellenar ese hueco de las ilusiones que nunca se habían cumplido-, pasaron ante su ventana dos niños con pañuelos en el pelo, un barco pirata de juguete y dos papeles pintados de marrón con acuarelas.
Y le hizo tanta ilusión, y volvieron tantos recuerdos, que salió ya para todos viejo y maltrecho y empezó a jugar junto a ellos sin reparar en edades ni en tiempo.
Después de tantos años, aún Neptuno le recuerda.
Y le hizo tanta ilusión, y volvieron tantos recuerdos, que salió ya para todos viejo y maltrecho y empezó a jugar junto a ellos sin reparar en edades ni en tiempo.
Después de tantos años, aún Neptuno le recuerda.