19 may 2011

Un puñado de estrellas.

María estaba harta de los niños buenos, del "te quiero", de ser paciente con todo el mundo y recoger la basura de los otros, de que por cada paso que diera le pusieran tantas zancadillas que al final se le desollara las rodillas. María estaba harta de deshojar la verdad con la mirada y de sonreír tan fuerte que al final siempre terminaba bebiéndose el mar. Últimamente no había brillo en su mirada ni corazones en las camisetas a rayas. Antes soñaba con cambiar el mundo y al final este dio tantas vueltas en tan pocas veinticuatro horas que llegó la noche antes de que se pudiera dar cuenta.
María fingía que le hacían gracia las personas que crecían con los insultos a los otros, pero lo cierto era que le dolían tanto que lloraba antes de dormir y al final siempre se levantaba en lagunas. Sentía como el mundo se le venía encima, que vivir era como caminar contra una ventisca con nieve, que el corazón le sangraba y se sentía una barco a la deriva. 
Pero una tarde de heridas recordó que levantarse era obligatorio, empezó a ir hacia arriba, avanzando lento, muy lento, y borró el punto y final para dejar su historia sin finalizar. Cuando iba a tropezar se levantaba con la cabeza bien alta, sonriente, y al final nunca terminaba por llorar por no haber visto el sol porque recordaba que, si lo hacía, no podría admirar la inmensidad de las estrellas. 

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