Le volvía loca la trenza sabor a fresas de Samanta, los abrazos a corto plazo y la mirada azul que siempre le lanzaba. Cuando se encontraba mal ella le limpiaba las lágrimas, sonreían y se besaban.
- Vamos a bailar.
- Ya sabes que se me da fatal.
- Da igual, me gusta ver la imperfección en lo perfecto.
Bailaban y bailaban, los pies de una sobre la otra al ritmo de la elegia de los pianos de Bach, y cuando se cansaban apagaban el reproductor de música y se sentaban en el sofá vintage lleno de estampados con una bolsa de palomitas de mantequilla en el regazo.
Hay quien dice que estaban locas, que lo que ellas tenían no podía ser amor, pero ¿sabéis qué? Claudia y Samanta alargaban la vida con cada sonrisa, repartían felicidad en forma de caramelos y cuando alguien les decía que estaban enfermas y que debían de arreglarlas contestaban que no eran muñecas de trapo fáciles de manejar y que si se les rompían las costuras ya se tenían la una a la otra para reparárselas.
Participo en esto, ¿por qué
no te unes tú también?