28 dic 2011

Ese tiempo que llega (y ese que se va).

Ya se acaba el 2011, se va como el viento en las tardes de invierno, como las cometas rotas por la rama de un árbol, como los suspiros de amor y la memoria. 
Hay cosas que se van, es cierto, y hay otras que se quedan, y entre las segundas tengo que destacar a todos los seguidores, sin excepciones, y en especial a aquellos que me siguen desde el principio y aún hoy siguen ahí, a los que comentan en cada una de mis entradas y de los que nunca me canso. En representación de todos ellos, gracias a Liz, Srta. While, Anaid Sobel, Carlos o Mr.X, NinnaMaría OXikaakira, Miss FrenesíLaura Drop, Erika, Laira, Inma Ortiz, Agnes, Cosillas y Cosejas, Javi, EmilianaSol, Clío o Fuss, Blanca, Ardid, Mayra, SMSC, LaU, Vanessa, L, Helen, Babú, Dany, Nel, Andii*, Pain and suffering, Paula, Carolina, Smoof, Mandarina, Camila, Fallen Love y Ana.
Quisiera poneros a todos, pero no tendría espacio suficiente, así que seguramente me quede aún con muchos nombres en los bolsillos, pero siempre tendré tiempo de sacarlos. A todos, de nuevo, muchas gracias por vuestro apoyo, y aunque no hallamos llegado a los dos mil tendré paciencia, que con gente así se puede conseguir hasta lo imposible.

26 dic 2011

Las ansias de libertad del petirrojo.

Érase una vez un pájaro y una princesa que no se separaban jamás. Ella le había comprado una jaula, pero el petirrojo tenía tantas ansias de libertad que pronto empezó a enfermar, dejó de comer y ya ni siquiera cantaba. No se oían sus notas musicales en ninguna parte del enorme castillo, y a cada día que pasaba la muchacha empezó a entristecer también, porque sin aquella musica que llenaban de alegría las estancias su casa se convertía solo en roca oscura y fría. 
Así que una tarde, y después de mucho pensar, la princesa decidió que dejaría al pájaro libre, con la vana esperanza de que no marchara. Pero como todos los animales, el petirrojo dio varios saltos, aún sin creer su suerte, abrió las alas y, como si acabara de despertar de un sueño, emprendió el vuelo y desapareció entre las nubes de aquella mañana azul. 
(Y en vez de un fueron felices y comieron perdices, la princesa 
se tuvo que contentar con el final de una historia real). 

18 dic 2011

Una historia llena de miseria.

Voy a contarte una historia que nadie ha oído jamás, una historia de recovecos, de secretos, de misterios y de miseria donde la música es tan triste que, aunque no quieras, lloras. Una historia oculta tras tu mundo de pétalos de rosa, allá donde la oscuridad no llega, donde miles de soldados se acumulan en las esquinas para protegerte y donde la lluvia ni siquiera te moja.
Voy a contarte una historia de terror, de muerte, de injusticias a las que te obligan a cerrar los ojos, y voy a conseguir que, entre tus monedas de oro, enterrada en tu riqueza, observes aquellos que tuvieron que morir para que tu escalaras hasta donde estas hoy. Voy a contarte la historia de la pobreza, y aunque no te guste vas a tener que escucharla. 

3 dic 2011

Lo hacía por mi bien. Porque me quería.

Él me pegaba, pero lo hacía por mi bien. Porque yo no le hacía caso, porque le cuestionaba. 
Una de las veces, mientras me hablaba, tuve la osadía de interrumpirle y me pegó. Claro. Porque me lo merecía. ¿Quién era yo, más que una simple mujer, cómo para rebatirle algo? ¿Acaso no hice bien dejando mis estudios por él, criando a los niños por él, limpiando la casa por él? Me quería, no me pedía nada a cambio y era bueno conmigo, romántico en ocasiones. Me quería. Sí. Me quería muchísimo y, además, después de pegarme, la mayoría de las veces me perdonaba. Y si no le gustaba que fuera con falda corta, pues lo entendía, porque casada como estaba, era un pecado ir provocando al ojo ajeno. Cuando venía borracho era por el estrés del trabajo, y en la mayoría de ocasiones, aunque me pegara más fuerte, solía dormirse y dejaba de gritar. Así, los niños podían dormir tranquilos.
Él nunca se preocupaba por ellos, pero es que para eso estaba yo. Y si no lo hacía él siempre intentaba recordármelo por mi bien. Por que lo deseaba. Mi felicidad.
Y ahora estoy muerta.
Pero seguro, seguro, que me lo merezco. 

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