Desde pequeño había soñado con viajar. Recorrer un millón de continentes, visitar todos los museos del mundo, todos los monumentos, admirar la Torre Eiffel desde abajo, dar vueltas sobre sí mismo, cerrar los ojos y disfrutar del viento de París. Se imaginaba en Nueva York, rodeado de altos edificios que le hacían cosquillas al cielo y conseguían que riera, subiendo en ascensor, con las manos pegadas al cristal y el vaho en el vidrio, el mundo a su alrededor quedándose pequeño, pequeño, muy pequeño.
Soñaba con agarrarse a las alas de un avión y hacer surf entre las nubes, con andar con zuecos y hablar mil idiomas. Enamorarse de una italiana, y pasear en góndola cantando una buena canción, mientras ella lanzaba carcajada que se perdían entre Abril y Septiembre.
Y despertó, y las nubes, aviones, torres y góndolas desaparecieron por la ventana.
(Adiós).