26 ene 2011

A la deriva

Estoy tan vacío por dentro que ya no me quedan lágrimas -las he gastado todas cuando lloraba sentado en las escaleras, mirando a través de la ventana el cielo lleno de un puñado de estrellas-. Toco el violín por las noches y confundo las notas sin que nadie se de cuenta. Ando por las calles con los ojos cerrados, lento, muy lento, casi con pasos de hormiga. Voy en un barco de madera que me ha costado construir cuatro días y cincuenta noches. Pienso en ti cuando no hay luna llena y recuerdo tu redundancia al hablarme de tus sueños y los cuadros que había colgado en la habitación de la vecina. 
Me levanto sin puntos y sin comas, sin palabras. Trago saliva. Tengo los ojos grises porque se han quedado vacíos y tú te empeñas en pintarlos de verde, como las briznas de hierba que hay en el portal, junto a la puerta. 
Cuando no pueda más me iré poquito a poco, sin prisas, con la música de un piano negro de fondo. Pero mientras tanto pronunciaré la palabra esperanza -que tanto me encanta-. E iré hacia arriba, a la deriva, hasta que el infinito desaparezca.

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