Tener el control de la situación siempre lo tranquilizaba. Por ello, cuando el hombre sacó su violín y empezó a tocar, sintió que todo a su alrededor desaparecía. Y cuando se hacía el silencio y el corazón empezaba a latir con fuerza las cosas no podían salir bien, porque ya no tenía control alguno sobre su cuerpo y la mente, fría, empezaba a calentarse. Al principio fue solo una nota, pero después el ambiente se llenó de sonido, las flores parecían cobrar vida con do, mi, sol. Ah sí, el sol, incluso el sol parecía iluminar más fuerte y él allí, observando la escena, sabiendo que si continuaba maravillándose no podría ejercer su trabajo.
Observó sus rasgos orientales, la sonrisa clara y llena de placer, el pelo negro, suelto solo en ocasiones como aquella, la camisa a cuadros medio abierta, los vaqueros rotos a la altura de la rodilla y las nikes negras, gastadas y sucias ¿Qué tenía que ver aquella mujer espigada y perfecta, de guantes blancos indemnes, pelo rubio y mirada despectiva con aquel muchacho joven, que no sobrepasaba los veinte, y que además parecía comerse el mundo a cada pieza de violín que tocaba?