Tat se iba a morir. No importaba lo que hiciese. Se iba a morir y lo sabía.
La gente pasaba a su lado hablando entre sí, incluso algunos reían. Los coches, las luces, las nubes, los pájaros, ninguno se paraba. El sol seguía su camino por encima de su cabeza y en los escaparates luces de neón anunciaban ofertas de más del cincuenta por ciento. En los televisores, daban las noticias. Y Tat no salía en ellas. Pero se iba a morir.
Miró a su alrededor. La gente estaba cansada. Cansada de vidas que no les interesaban y de trabajos que odiaban. No reparaban en ella ni en su pobre muerte porque no les importaba. Suficiente tenían con tener que llegar a fin de mes. Es curioso como tenemos solo una vida y decidimos vivirla para agradar a los demás, cuando nadie nos dará una segunda oportunidad para agradarnos a nosotros mismos.
Tat se iba a morir. No importaba lo que hiciese. Se iba a morir y lo sabía. Pero era libre. En medio de aquel mundo caduco, dio una calada al aire y sonrió. Las arrugas alrededor de su ojos desaparecieron.