21 jul 2010

Blanco y negro rojizo.

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Pasos indecisos. Ahora las botas rojas que llevaba incluso le parecieron incómodas. Ahora se creía y se veía como una niña en un mundo de adultos. Una niña que había querido ir demasiado rápido, tal vez. Probablemente era eso lo que pensaban todo, pese a que no fuera la realidad. 
Aunque no quería llegar tarde al campeonato, algo le empujaba a seguir hacia delante, hacia aquella figura que todavía no había reparado en ella. Se preguntó si, a aquellas alturas de ambas vidas, una conversación pudiera ser lo más adecuado, si no se reabrirían las heridas, si los malos momentos cruzarían por su cabeza de nuevo. Los pocos metros que les separaban se hicieron eternos. Margueritte pudo pensar millones de cosas en apenas treinta segundos. ¿Cómo reaccionaría? ¿Se quedaría impertérrito? No tenía ninguna respuesta a aquella pregunta, pero solamente por unos instantes. Unos instantes que durarían poco. Respiró hondo, aspirando el aire húmedo de su alrededor y empezó a hablar. Al principio fueron solo palabras huecas que ni siquiera ella entendía. Las lanzaba sin ton ni son. 
- Hola.
- ¡Hola!- esa maldita sonrisa falsa- ¿qué haces aquí?
Y esas conversaciones típicas de ex que todos hemos oído alguna vez. Hablaban, pero no decían nada. Muecas forzadas, cambiar el pie de peso continuamente, toser, mirar la hora... 
- ¿Y estás sola?- con ojos como rendijas. Estaca clavada. 
Maldito idiota. 
Otra sonrisa. 
Se metió las manos en los bolsillos de atrás. 
Se encogió de hombros.
- Bueno, si lo quieres ver así... no estoy sola, tengo a mí hijo. 

Margueritte recordó su vida de antes. Y le pareció imposible. Se vio como una tonta engañada. Recordó también toda aquella maldita perfección que solamente ella se creía. ¿Cómo alguien puede cambiar tu vida tanto?
Pensó en los silencios, en las lágrimas, en las sonrisas verdaderas, en las ganas de vivir y de seguir hacia delante, en la curiosidad, en los paseos a orillas del mar en la playa, en las puestas de sol cogidos de la mano, en los besos cortos, en los besos largos. Pensó en las claves de sol de la radio, encendida a las doce de la noche, en Can't buy Me Love... aquella canción que tantas veces había escuchado mientras el sueño la acompañaba... 
Y pensó que era lo que había intentado hacerse creer. Que no podían comprarle. Ni con mentiras, con caricias falsas y con miles de regalos. 
Se equivocó, se equivocaba. 
No pensaba cometer otra vez el mismo error.

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