31 dic 2012

El ciervo en el jersey de lana 2.

(El final de la historia. Para 
leer la primera parte click). 

Avec le music.


Cuenta la leyenda que en los buenos momentos se juntan las almas, y que cuando esto ocurre el mundo se ilumina un poquito más. Así que aquella noche, sentadas en un sofá frente a un televisor, y rodeadas de mayores abandonados por el mundo, Pam y Tat arrojaron un haz de luz al lugar y contagiaron a hombres y mujeres con sus sonrisas.
La joven miró a su abuela con cariño y recordó un día en la playa, cuando bajaron a la arena y construyeron un castillo enorme que después se llevaría la marea. (Quién sabe si algún pez acabó viviendo en él). Entonces tenía la cabeza en perfecto estado, era capaz de memorizar una lista entera de teléfonos y decirlos al revés, y jugaba con su nieta a leer párrafos al azar de sus libros favoritos.
-Abuela -susurró mientras terminaba de pelar la última de las uvas para que Tat no se atragantara. -¿Sabes que he conocido a un chico? 
Se sonrieron pícaras, la experiencia y la impaciencia una al lado de la otra. Dos mundos contrapuestos que se compenetraban a la perfección. La enfermera ayudó a la anciana a sentarse en el sofá y fue a atender a un hombre que la llamaba.
-Bonito año este ¿verdad? -preguntó la abuela Tat. Lo cierto es que apenas lo recordaba, pero seguro que había sido esplendido. Porque seguía viva. Porque podía hablar. Porque miraba a su nieta y sabía que ella lo había disfrutado más que nadie.¿Cuántos años tendría ahora? ¿Diecinueve, quince, treinta? Ya no recordaba como variaban los rostros con la edad. Solo tenía la certeza de que ella era vieja, muy vieja.
-Pues no ha ido muy bien, abu. Muchos recortes, el pobre cada vez más pobre y el rico cada vez más rico. Miras las noticias y te entran ganas de gritar: "¡Paren el mundo, me quiero bajar!" Guerras, desahucios, robos, violaciones, asesinatos... 
Los cuartos de campanada empezaron a sonar. Los del asilo se inclinaron en sus asientos y cogieron la primera uva para llevársela a la boca.
-Y sin embargo, tú aún eres capaz de sonreír. No tengo idea de lo que ha pasado, Pam, porque apenas veo las noticias, pero ¿Sabes qué? Seguro que alguien ha pintado un cuadro, ha bailado bajo la lluvia, ha tenido un hijo o se ha enamorado -le dio un cozado e imitó al resto de sus compañeros de hogar. Pero antes de que sonara la primera campanada, ella ya se había llevado la uva a la boca. Siempre fue un poco tramposa.
-Lo que pasa es que eres una soñadora, abuela.
-¿Eso? - Cogió la tercera y se la tragó sin masticar. Qué más daba si se atragantaba. - Eso lo seré siempre.
Doce. Ellas. Once. En un asilo. Diez. Alejadas del mundo. Nueve. De la realidad. Ocho. Como dos almas gemelas. Siete. Llenas de esperanza. Seis. De ilusión. Cinco. De felicidad. Cuatro. De deseos. Tres. De ansias. Dos. De vivir. Uno. Y de soñar.
-Feliz año nuevo Tat.
-Feliz año nuevo Pam.
Se abrazaron y supieron que todo iría bien. Porque estaban juntas.
Y eso era lo más importante.

27 dic 2012

El ciervo en el jersey de lana 1.

(La segunda y última parte la 
leeréis en fin de año). 

Avec le music.


El niño se monta encima del patinete y empieza a correr detrás de su madre. Ella lleva unos pantalones rojos y un abrigo de lana negro que oculta su silueta. Está bebiendo un batido de chocolate y tiene las uñas de las manos pintadas de marrón. Un marrón oscuro y ceniciento. Se gira para apremiar a su hijo, y el pelo rubio se mueve con ella (es tan largo que parece una cascada de oro cayendo sobre sus hombros). Pronuncia algo, pero no se oye. Seguramente estará regañándolo por lo lento que va.

-Vamos, señora Tat. 
La mujer aparta los ojos de la ventana y los clava en la enfermera. No recuerda su nombre. No recuerda que hace allí ni que día es. Pero no le importa. A veces es feliz sin saber las cosas.
-¿Señora Tat?
Esa es ella. Es una de las pocas cosas que recuerda. Asiente, se levanta y sigue a la enfermera hasta una sala enorme, con un suelo de madera en el que puede deslizar las zapatillas sin problemas. Hay más personas allí,  algunos duermen con la boca abierta y otros juegan a las damas, pero todos la miran cuando entra. Incluso después de tantos años, Tat irradia algo especial que hace que la gente se vuelva a observarla. La enfermera espera a que la mujer llegue a su lado y le habla de nuevo.
-Tiene visita. 
La visita lleva un jersey de lana ancho (igual de ancho que el abrigo de la mujer de los pantalones rojos) con un ciervo marrón en el centro, un gorro con orejeras y una nariz enrojecida por el frío. Su pelo también es rubio, pero está corto, tanto que apenas le tapa las orejas. 
-Esta es Pam, señora Tat ¿La recuerda?
Tat sonríe y sus ojos relucen por primera vez en muchos meses. Claro que sí. Como olvidar aquella mirada de hielo que tan pocos han logrado penetrar. Es Pam, su niña, su dulce sol, su alegría. 
-He traído unas uvas para las campanadas de fin de año, abuela -dice, y sus labios color carmín sonríen en un gesto que solo le dedica a ella.
La abuela Tat ha rejuvenecido más de treinta años. Porque cuando se pensaba abandonada entre aquellas mentes arrugadas, olvidada en un lugar recóndito de la memoria, su nieta ha decidido pasar el fin de aquel año con ella. No hay nada que pueda hacerla más feliz.

26 dic 2012

Es invierno en el bosque.

Cuando era pequeña, mi abuela me contaba las historias del corazón del bosque. Nos sentábamos a la lumbre de la chimenea, con una manta hecha de retazos de telas perdidas y un chocolate caliente en las manos, y nos mirábamos a los ojos llenas de ilusión.
La abuela me hablaba de los monstruos que se escondían en lo alto de los árboles, de duendes que buceaban entre la nieve a la espera de encontrar diamantes perdidos y de hadas que agitaban varitas para cambiar estaciones. A veces le asaltaban ataques de tos y paraba el relato (quedaban congelados valientes muchachitos que se adentraban en la espesura con linternas y osos saltando en el aire para atrapar a sus presas), pero después proseguía y yo me perdía entre aquellas hojas de laurel que perfumaban la estancia.
Tras la ventana, muñecos de nieve nos escuchaban.

3 dic 2012

Las calles de Diciembre.

Pam había soñado cantidad de verces con estrecharlo entre sus brazos entre las luces de navidad, y ahora podía. A su alrededor la gente pasaba mirando al horizonte, con las mejillas coloradas, las manos enfundadas en guantes de lana y una bolsa cargada de ilusión. Levantó la vista y se encontró con él -sus ojos color caramelo observándola con ansias- y lanzó al aire las palabras que tantas veces había guardado en su corazón. A su alrededor, el vapor se extendió y le nubló la vista como si acabara de pegarle una calada a un cigarro. El frío le erizó el bello de la piel, o bien podía ser sus labios, que descansaban en su boca con tanta dulzura que sentía la calidez que emanaba de ellos. Ni abrigos rojos y enormes de lana, semejante a los de Papá Noel, podían separar sus cuerpos en aquellos momentos. Porque estaban conectados por algo más allá de lo físico.
-Feliz Navidad, Pam.
Se sonrieron el uno al otro. No había regalo más preciado que aquel.

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