3 oct 2023
Los nómadas
21 ago 2023
Mirar atrás
Tal vez después de tantas tiritas, entre los pliegues de la piel, haya una razón para toda la ansiedad no hablada, que atormenta el borde de mi garganta.
Después de tanto tiempo escondida entre las tablas de la tapia, quizás sea hora de entender las razones de mis ausencias. La hora de echar la vista atrás y reconciliarse con un pasado que a veces da miedo mirar y que temo reproducir constantemente por miedo a pensar que fue mi culpa.
El pensar; no hice las cosas bien porque entonces no se habrían reiterado. Y grita el subconsciente: quien cae con la misma piedra varias veces tal vez lo merezca. Ese dicho clavado entre ceja y ceja alimentando como alcohol el escozor de una herida. De mi herida, tirantez y carne abierta, rosa y resbaladiza.
A veces estoy viva y a veces no. Cuando estoy viva es como darme cuenta de todo y de nada. Es como una burbuja que flota dentro de mi cabeza y me impide percibir bien el espacio y el tiempo. Me obnubila. Algo así como una droga inventada que me llena de calma. Cuando estoy viva siempre estoy sola.
Y entonces, rodeada de gente, me muero. Y la ansiedad borbotea desde el centro del estómago, agua hirviendo, y se vomita a si misma en folma de suspiros. Estoy muerta a menudo y viva pocas veces, pero no importa.
Porque cuando puedo abrir los ojos y mirar, cuando me reconcilio con todo el camino que he dejado atrás, cuando no me duele mirar al dolor a los ojos, entonces ya pueden apretarme las heridas abiertas que no me sangran. Esa es la magnífica sensación de estar viva y respirar. Es como ahora, escribiendo este texto sin pensar, con la piedra que me hizo caer apoyada en mis pies, atándome como a un globo lleno de helio a la Tierra. Tal vez yo también esté formada de helio, y espere paciéntemente el momento del despegue, de quitar la piedra de los pies y echar a volar.
Entonces estaré viva y muerta a la vez, y todo se deformará. Las tiritas, los pliegues de piel, la tapia de la casa, la casa. Se deformarán la gente y la herida, el pasado y el presente, el futuro y el dolor. No existirán y yo tampoco.
Y sin embargo seré todo. Todo todo todo.
Nada n a d a n a d
16 jun 2023
Disociación
Es como estar detrás de la puerta, y oir los sonidos de los altavoces amortiguados.
Tal vez no vaya a parar nunca, esa sensación. De huecos sonoros, espacios ficticios, de capas traslúcidas entre el yo y el alrededor.
Desconexión.
Algo me ocurre y no sé que es. Esos son los peores momentos. Intento enfocar, el origen, pero los pensamientos son movedizos y se desplazan, se escurren entre los dedos, no puedo dirigirlos no sé a donde van, los pierdo en la distancia. Hay algo dentro, lo sé. Algo que es como una luz parpadeante pero no soy capaz de avistarla más que unos segundos, camino pero nunca llego a ella.
A mi alrededor todo es como un sueño. Imperceptible pero nítido. Quiero racionalizar pero la irrealidad se impone. No puedo decidir, solo dejarme llevar por la corriente, una corriente que no es de agua sino de nada, de silencios que me hacen querer callar.
Teniéndolo todo pero hueca. Movida siempre por la melancolía, por la negatividad, movida siempre por la sensación de que ya no hay más, que detrás de la puerta que no se abrir solo hay otra montaña de cosas como estas. Más días como este, más sensaciones a intercambiar como cromos, más luchas contra los vacíos que aunque a veces desaparecidos siempre regresan de nuevo.
A este aletargamiento nada le importa. No va de tus amigos, ni de tu familia, ni de tu pareja. No, me he dado cuenta. Tampoco consiste en tu casa, en el dinero, en desarrollar un buen trabajo, ni en ser buena persona. No consiste en el altruismo ni en la belleza. Nada acalla la sensación, la disociación, la extrañez ante el reflejo del espejo. Nada lo ha acallado durante ya mis casi veintisiete años.
Si yo solo pudiese, si solo pudiese dejar de sentir tanto vacío, tanta desconexión, tanta ansiedad ante el alrededor, el teatro. Si solo pudiesen ser la mayoría de los días una calma finita, una vigilia de cerrar los ojos antes de dormir. Si solo pudiese mirarme a mi misma y no discutir con el espejo. Si solo pudiese... yo...
Ojalá.
2 jun 2023
La importancia de mi soledad
Me han crecido las piernas y los dedos de la mano, me ha cambiado el rostro y las circunstancias, pero nada de eso importa. En el recuerdo, tumbada en la cama, mirándome los pantalones vaqueros, en medio de un espacio indefinido, sin edad, que se aleja de mí en el tiempo, las sensaciones son exactamente las mismas.
Perdida, sin saber leer mi papel en esta obra de teatro, sin saber donde empieza el párrafo y donde acaba, sin poder fundirme homogéneamente en el conjunto como una gota de agua. Vapuleada, agarrándome al filo de la superficie, con los dedos blancos y resbaladizos, creyendo una y otra vez que voy a caer pero logrando sostenerme a pesar de todo, en una sucesión de días que me atenazan la garganta y me la atoran.
Mirando hacia atrás, buscando en una infancia llena de tormentosos recuerdos pero pese a todo cálida. Recordando los espacios de un hogar seguro, donde el ruido de fuera desaparecía, donde la crudeza del exterior era solo un mal al cual podía ponerle barreras invisibles. Pero ahora, ahora el miedo se cuela entre las rendijas de mi casa, entre los ladrillos de las paredes, los vidrios de las ventanas, y llega a mi piel y se funde con ella. Ya no puedo esconderme dentro de la cama ni dentro de un libro ni dentro de un abrazo.
Son en momentos como este, en espacios de silencio y vacío, donde puedo parar de representar el papel de la obra de teatro, es cuando al fin el aire me entra en los pulmones y soy capaz de respirar. Es entonces cuando encuentro la fuerza para darme impulso, salir del agujero y avanzar.
Esa es
la importancia
de mi soledad.
13 mar 2023
El camino que uno traza con el lápiz
30 jun 2022
Romper el esquema
9 jun 2021
Pausa
Caminaba sola entre los juncos. No era capaz de ver nada más allá, solo el verde del espacio en el que se encontraba. Allí, el viento le arrullaba los dedos, no le dolía el pecho. Estaba sola y a salvo.
"Ojalá pudiese quedarme aquí para siempre" se dijo. Ya sabía que no ocurriría. El tiempo no escucha a las pequeñas almas que vagan por él.
Y entonces,
todo se detuvo.
26 abr 2021
Como una niña
Hay un reflejo en la ventana. El de todas las cosas de esta habitación que, en un universo paralelo, contactan con la realidad a través del frío del vidrio. Detrás, las luces de una ciudad que aguarda en silencio a que la observe. Me siento en la cama, con la luz de la mesilla encendida, y abro la ventana dejando que el frío me de en la cara. Desde el séptimo donde está mi habitación, el viento se cuela por todos los rincones. Suena como una solista de jazz, lo oigo rebotar por las paredes.
El paisaje es grande y yo lo veo, pero el no puede verme a mí. Contenida entre miles de ventanas más, me desvanezco. Me gusta desaparecer de repente, en medio de los sonidos de sirena, de las motos acelerando, del tren pasando por su vía frente a mí, llegando al fin a su destino. Me gusta no ser nadie porque, de alguna forma, es la única manera que encuentro de serlo todo. De ser el cielo, las nubes, las antenas de los edificios más altos, las luces que se apagan en las ventanas, la primera nota musical que sale del altavoz de mi teléfono móvil. Parte de un mundo que va tan rápido que uno no tiene tiempo ni de alcanzarlo con la mano, porque se desvanece entre los dedos como la arena.
Cuando abro los ojos a ese mundo, cuando me fijo en cada pequeño detalle del paisaje, entonces comienzo a ver. Veo de verdad, libre de la ceguera pasajera con la que la vista se nubla en el día a día, libre de la ansiedad, de los miedos. Me doy cuenta de que estoy viva. Que me late el corazón, que pienso, que soy capaz de almacenar recuerdos y que, al borde de mi cama, siento el frío del alféizar y oigo la música y detrás del móvil está mamá, y delante de mí un mundo entero que, desde que nací, alguien me regala sin pedir nada a cambio. En esos momentos la vida se me antoja sencilla. No me pide nada. Me doy cuenta de que lo único que tengo que hacer es vivirla.
Luego me retiro de la ventana y la ceguera vuelve a mí. Me regresan las preocupaciones del trabajo, de la inestabilidad, el miedo a perderme, a no ser suficiente, la comparativa. Pero en esos instantes delante de la ventana, bajo el cielo nocturno, todo se me olvida y puedo llorar de felicidad, sin miedo alguno, volviendo a ser una niña.