23 ene 2012

Estuviste en la vida, y la viviste.

Siento que me voy, que ya no queda nada de mí en este cuerpo. No hay imágenes en secuencia ante mi mente, no recuerdo mi vida, ni mis mejores momentos, ni los peores. Porque nada pasa ante mis ojos. Solo oscuridad. Una oscuridad que me traga y me lleva y me separa de lo que quiero en un para siempre que detesto.
Dicen que morir es más rápido que quedarse dormido, pero es mentira. El frío acude a ti, se mete por cada poro de tu piel y tu quieres estremecerte, pero no puedes. Porque algo te impide moverte. Porque algo te impide gritar. Y lo único que consigues lanzar son jadeos. 
Y al final, vienen a tu mente sus ojos y ya hay calma. Los ojos de las personas a las que amas, de todos aquellos que te llorarán, y comprendes que estuviste en la vida, y la viviste, y eso es ya más que suficiente. Recuerdas entonces aquel momento cuando llegaste al mundo y eras tú el que lloraba, mientras que los demás sonreían felices a tu alrededor llenos de gloria. Sí. Ese momento es único, al igual que este en el que te vas, cuando son los demás los que lloran, pero tu sonríes. Porque sabes que, mientras latas en los corazones de los demás, estarás vivo. 

8 ene 2012

Nadie puede vivir para olvidar.


Inspirándome en las notas musicales
un microrrelato crítica al cambio climático.

Notó el rocío en la punta de sus dedos, las hojas verdes y húmedas haciendo caricias en la palma de ambas manos, y después un largo y prolongado suspiro de desesperación y angustia. Y fue allí, él un mero espectador, cuando las rosas del paisaje empezaron a pudrirse y se les marchitó hasta el corazón. Desde lo hondo, el planeta se estremecía. Quiso lanzar un grito de auxilio para salvar aquello que se extendía a su alrededor, pero llegaron y lo talaron todo, y lo quemaron todo, y lo pudrieron todo, y seres como él se llevaron los árboles que le hacían respirar y el oxígeno se le fue acabando lentamente. Allá en el río, los peces salían a la superficie muertos y agonizaban como él en busca de algo de vida, hasta que ya no quedó nada y la cuenca de los ojos se les quedó tan vacía que no pudieron ni llorar.

3 ene 2012

La abuela Tat y la música llena de historia.

Con la música de ese piano aprendí a andar. Me apoyaba en una de sus patas oscuras y daba pasos cortos en busca de alcanzar el rostro de mis seres queridos, de imitarlos para poder entrar en su círculo y no tener que quedarme apartada en un lugar desolado de la habitación. Aprendí a escuchar, y los oídos se abrieron como libros y dejaron que la música entrara y embargara mis sentimientos y se los llevara lejos de mí porque no pude pagar el último mes por falta de sonrisas. Con la música de ese piano aprendí a recordar, a ver esos instantes perfectos de mi pasado que jamás podría borrar de mi mente, y de mano de Mozart, de Bach, del gran Beethoven tocados por la abuela Tat en las teclas puras y blancas viajé a mundos en los que ya había estado, pero a los que me moría por regresar. Y aprendí a amar, a llorar, a susurrar, a recapacitar, a vivir, a soñar.
Pero la abuela desapareció, y cuando yo ya era mayor tiraron el piano por miedo a los recuerdos, como si ellos pudieran hacerles daño, el banco embargó la casa y viajamos lejos, para huir de algo que nos perseguiría hasta el infinito y más allá. Y mi dolor era más grande que toda la tierra, el mar y el cielo juntos, porque cuando las cosas nos hacen felices pensamos que serán para siempre.
Y solemos equivocarnos.

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