Sabes, no sé por qué, ayer fue un buen día. Discutimos (o discutí yo) pero fue un buen día.
A ti no te importa que yo esté mal, no de esa manera a la que todo el mundo importa. Tú no te rindes, y no sé porque. Es como que escuchas y olvidas, aunque no lo hagas de verdad, siempre le restas esa importancia de más a los asuntos.
Y digo que fue un buen día porque atardecía, y se veían las cosas en ese blanco y negro que causa la ausencia de luz. Era un negro como azulado, romántico. Y tu piel se veía tan blanca contra todo lo demás, y tus ojos tan mar. Eran casi verdes ayer, esperanza.
Es que, no sé como lo haces, que siempre representas la esperanza.
Maldita sea, como separarme de ti cuando te quiero tanto que me duele la garganta solo de pensar en tus silencios. Silencios que no miran a ningún lado, que no esperan nada, que no se impacientan ni parecen forzados. Silencios que a día de hoy solo he podido ver en ti.
No quiero perderlos, no quiero perderte,
como me cuesta contra el ruido.