26 ene 2020

Negra muerte


Tat enciende el cigarrillo, y la luz del mechero ilumina la sala, vacía. Está sola. 
La puerta recién cerrada, aún puede oír los pasos de Pam bajar las escaleras. Tiene en su nieta un enlace con la realidad, al que se aferra con tal fuerza que a veces le tiemblan las manos. Hace tiempo que lo perdió todo. A sus hijos, a su marido, a sus amigos. Desaparecieron de repente, y mire a donde mire de ellos solo queda un rastro que se desvanece como el humo que expulsa de sus pulmones.
Tat se pone de pie con esfuerzo. Abre la persiana y la luz ilumina la estancia. Es un espacio vacío de cosas, que ha ocupado con silencios. Fuera, el mundo exterior fluye. Ve a Pam salir por la puerta, con las manos metidas en los bolsillos; luego la pierde entre la multitud y sonríe. En dos horas, su nieta cogerá un avión. Tiene todo el futuro por delante.
Dando la espalda a la ventana, Tat vuelve a fumar e inspira hondo, pasando los ojos por la habitación. El dolor le golpea el pecho, pero lo saluda como a un viejo amigo. Apura el cigarro hasta la última calada, luego lo apaga sin prisas. Se sienta en su hamaca y estira la mano para coger el libro que está leyendo. Piensa en lo bonita que es la imagen que sus ojos ven: sus venas a través de la piel arrugada, las páginas amarillentas, un dedo manchado de tinta. Reclina la cabeza hacia atrás y suspira. Un mechón de canas blancas le tapa la frente. 
-Ha sido una buena batalla -suspira, y una carcajada se le escapa de entre las manos -Ha sido una buena batalla -repite -Gracias por haberme dejado lucharla.
Luego cierra los ojos y no vuelve a abrirlos más.



21 ene 2020

Auto-Encierro

Encerrada en una burbuja de cristal, presa de las paredes invisibles, los techos intocables, grito. Hago caso a mi instinto, o debería. Huir una vez más, y salir de esta vorágine que me creo, como un niño que ha inventado su propio laberinto pero olvidó la salida al entrar.
Hay una soledad que alivia, y hay otra soledad que duele, en la burbuja de cristal. Y son inseparables, como dos gemelos. Si coges la una debes coger también la otra, son la llave. La clave para escapar.
Pero dentro se está cómodo y no hace frío.
No sé que hacer. Las ganas de vomitar se me acumulan en la garganta y nadie viene a rescatarme ¿Voy a quedarme aquí hasta la muerte?

19 dic 2019

Invierno

Invierno, eres denso pero calientas el alma.
Eres azul, negro, y blanco. Contigo el viento suena suave, como una manta que te arropa. Atrás quedó la alegría del verano, los gritos, las carcajadas con los pies en la arena, las siestas al sol, el vivo color de los árboles en flor. Él ahora duerme y tú hablas de una manera distinta, trasmites otros mensajes; lo haces en voz baja, y hay que saber escucharte.

Invierno, ayúdame a encontrarme.
Cuéntame en silencio todas tus enseñanzas.

12 nov 2019

El cristal de la cafetería

La mujer tras el cristal lloraba. Su rostro lo cortaba un trozo blanco, reflejo de una lámpara del interior. La observó en silencio, con la comida aún entre los dientes, sabiéndose participe de algo que no le pertenecía.
Imaginó la historia tras aquella mujer y supuso que se encontraba sola. Sin consuelo, pero sin miedo a que los demás vieron su desazón. No se enjugaba las lágrimas que caían; solo las dejaba correr como uno deja correr a un río, sin capacidad para pararlo.
Lo que la observadora no sabía, era que a ella también la miraban.
Dos pares de ojos iguales de perdidos que los suyos, en la búsqueda eterna de encontrarse en otro.

2 abr 2019

Echo de menos mi kasa


Echo de menos salí e ir pal parque de los perdigones con la Vicky, a comer pipas. O pasar debajo del arquito de la Macarena, tirando pa San Luis a buscarme a la Julia. En San Luis también está la Revo, con la puerta tapiá diciéndome que ya no podré aprender más cosas entre esas paredes okupas. Luego tiro palante y llego a casa de la abuela, a llevarme un par de besos y bollito de leche.
Otras veces me viene el Andrés desde Triana, y nos recorremos filosofando tol Guadalquivir y luego a sentarnos en un banquito de la Alameda, sabiendo que me voy a encontrá a mi hermana y a volverme a casa con ella a las tres de la madrugá por la calle Feria porque a ella no le gusta tirar por mis calles xicas.
Ar dia siguiente voy con la mama pal centro, y le cuento mis dramas pa que me escuche con paciencia, y después nos recoge el papa, que no podía salir antes porque estaba metio en una pila de libros. Nos sentamos en la esquinita de Barqueta y les reflexiono la vida mientras comparten las cervezas.
En el centro, al laito de las Setas, me meto en Bellas Artes con mucha nostalgia, me bajo a los sótanos pintaos, a los debates de arte en las puertas del baño, y me queo sentaita en el patio saludando a la gente al pasar. Y a la vuelta esta recién cerrá pa siempre mi librería favorita, y el Mercao huele a pescao y a flores.
Y ya en el kelo, antiguo patio de vecinos con fachá blanca, me tiro en el suelo y miro dos pisos parriba, a la montera, donde por er día está la sombra del toldo de la azotea y por las noches me reflejo. Y mi tortuga Lechuguita asoma la cabeza y yo le arrasco, porque sé que le gusta.
Sevilla, niña mía, que me hueles distinta al resto del mundo y ay
Ay como echo de menos mi kasa.

6 feb 2019

La lavandería

Vivo en vorágines. Se me mueren las palabras al borde de la lengua, incapaz de expresar. No sé si lo que siento es alegría o tristeza, solo sé que es profundo y que dentro, se demora. Que da vueltas y vueltas y se remueve como una lavadora traqueteando en un local de lavado rápido.
Vivo echando de menos las sensaciones, queriendo tenerlas otra vez, retorciendome por ir un paso más allá, por sacar la ropa sucia del plato y sentirla mojada entre los dedos, con olor a detergente, vainilla artificial de cuatro euros en el supermercado.
Tras el cristal está oscuro y solo existen los reflejos. No hay luces de neón anunciando los precios, ni los azulejos están limpios. Todo tiene un aire a ciencia ficción, de no existir, vacío como la traquea por donde se me cuela el aire oscuro. 
Vivo en vorágines, en una lavandería inexistente, viendo dar vueltas a ropas que sé que no me pondré jamás. Fuera, el viento canta melodías en silencio.

16 dic 2018

La muerte

A veces la muerte se parece tanto a una amiga
que dejaría que me arropase con su manto
y que hiciese todo este caos cesar.
Luego se me pasa, me peleo con ella,
la temo me ansía y la ignoro.
Vuelvo a tener ganas de respirar.
Pero ay, esas veces,
esas veces me quedaría dormida en sus brazos
y dejaría el mundo abajo
y podría respirar tranquila
por primera vez en años.

A veces la muerte, se parece
tanto
tanto
tanto
a una amiga...

Mi maldición

Me reformulo la coraza como si me sirviese de algo, como si no me la destrozase a mí misma continuamente. Dejo a la gente entrar y me gustaría tener otro tipo de defensas, helarme el alma y no encendermela por cada mirada, por cada sonrisa, por cada cariño, pero una y otra vez rompo mi indeferencia y los ojos me brillan. Vivo en la pasión incluso cuando la pasión está al borde del precipicio y es sinónimo de caída inminente.
Voy a encerrarme en las cuatro paredes de esta habitación y a escribir. Escribirme la sangre en las líneas y a leer a los que, siglos antes que yo, ya padecían mis mismos males. El folio en blanco me da pavor, pero es un miedo más asumible que el de sentirme un astronauta ajeno, flotando en el espacio, en medio de una calle abarrotada. 
No sé leer a la gente. Ojalá supiera, pero no sé. Y a su manera, todos ellos son también una hoja en blanco. Hojas en blanco en las que no puedo escribir porque hace tiempo que nadie nuevo me deja dedicarle unas cuantas letras.
Mi coraza, mi coraza inexistente, es vaho, es aire, es penetrable por sentimientos y espadas. No sirve de nada. No soy una persona dura, no soy una persona fría, no soy una persona racional. Esa es la maldición con la que nací, y esa es la maldición con la que voy a morirme.
Vuelvo a rendirme una vez más (Ojalá pudiese ser de otra forma).

12 dic 2018

Las hojas revolotean


En la plaza, el viento mueve las hojas. 
Pam se lleva el cigarrillo a la boca y entrecierra los ojos cuando los CDs colgados del balcón de la vecina le hacen rebotar la luz en los ojos. Hay una calma en el espacio que acompaña los gritos de los niños. Los viejos juegan a la petanca, Matilda reparte pan a las palomas y ella, sentada en el banco, se deja calentar los muslos por el sol. 
No tiene prisas, ni ambiciones.
Piensa en la noche pasada, la noche en la que por fin había podido dar todas las caricias que guardaba. Lo necesitaba. Necesitaba ese calor de entre las sábanas, necesitaba ese beso, necesitaba que la miraran con los ojos con los que te mira alguien que te escucha y empatiza.
Aún así, Pam no se ilusiona. Sabe que no siempre todo es la calma de esta plaza, y tiene heridas de antiguas caídas. El amor nunca ha sido tan bueno con ella como se merecía, y se extraña de que ahora haya el cariño vuelva a abrazarle la piel.
Pero aún así, que bien supieron los dedos de esas manos, que bien supo ese orgasmo, que bien sabrá volver a quedar y, aún si las cosas no siguen,
que bien sabrá el recuerdo.

25 nov 2018

No quiero una sola noche de sexo

Ahogada, sola, siempre sola rodeada de gente, la mujer sigue buscando.
Esta vez no tiene miedo del amor, tiene miedo de que el muro se tropiece siempre con ella, como si su masa sólida se moviese, como una pluma, para impedirle llegar al otro lado. 
Se encuentra con la figura de un hombre, lo imagina rodeandole el cuerpo, luego el hombre se va y todas sus ilusiones se desvanecen. En medio de la soledad, la mujer se pregunta si es que no merece, si es que hizo algo mal y por eso los ojos la esquivan y las manos la evaden. 
Si es por eso que no puede estar horas tirada en una cama al amparo de una barba, o de un pecho que respire como el de ella. Si es que está condenada a los huecos vacíos de las sábanas, que son siempre los mismos y ya se conoce de memoria.

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