21 ago 2023

Mirar atrás

Tal vez después de tantas tiritas, entre los pliegues de la piel, haya una razón para toda la ansiedad no hablada, que atormenta el borde de mi garganta. 

Después de tanto tiempo escondida entre las tablas de la tapia, quizás sea hora de entender las razones de mis ausencias. La hora de echar la vista atrás y reconciliarse con un pasado que a veces da miedo mirar y que temo reproducir constantemente por miedo a pensar que fue mi culpa. 

El pensar; no hice las cosas bien porque entonces no se habrían reiterado. Y grita el subconsciente: quien cae con la misma piedra varias veces tal vez lo merezca. Ese dicho clavado entre ceja y ceja alimentando como alcohol el escozor de una herida. De mi herida, tirantez y carne abierta, rosa y resbaladiza. 

A veces estoy viva y a veces no. Cuando estoy viva es como darme cuenta de todo y de nada. Es como una burbuja que flota dentro de mi cabeza y me impide percibir bien el espacio y el tiempo. Me obnubila. Algo así como una droga inventada que me llena de calma. Cuando estoy viva siempre estoy sola.

Y entonces, rodeada de gente, me muero. Y la ansiedad borbotea desde el centro del estómago, agua hirviendo, y se vomita a si misma en folma de suspiros. Estoy muerta a menudo y viva pocas veces, pero no importa.

Porque cuando puedo abrir los ojos y mirar, cuando me reconcilio con todo el camino que he dejado atrás, cuando no me duele mirar al dolor a los ojos, entonces ya pueden apretarme las heridas abiertas que no me sangran. Esa es la magnífica sensación de estar viva y respirar. Es como ahora, escribiendo este texto sin pensar, con la piedra que me hizo caer apoyada en mis pies, atándome como a un globo lleno de helio a la Tierra. Tal vez yo también esté formada de helio, y espere paciéntemente el momento del despegue, de quitar la piedra de los pies y echar a volar.

Entonces estaré viva y muerta a la vez, y todo se deformará. Las tiritas, los pliegues de piel, la tapia de la casa, la casa. Se deformarán la gente y la herida, el pasado y el presente, el futuro y el dolor. No existirán y yo tampoco.

Y sin embargo seré todo. Todo todo todo.

Nada n a  d  a     n     a       d        


16 jun 2023

Disociación

 Es como estar detrás de la puerta, y oir los sonidos de los altavoces amortiguados. 

Tal vez no vaya a parar nunca, esa sensación. De huecos sonoros, espacios ficticios, de capas traslúcidas entre el yo y el alrededor. 

Desconexión.

Algo me ocurre y no sé que es. Esos son los peores momentos. Intento enfocar, el origen, pero los pensamientos son movedizos y se desplazan, se escurren entre los dedos, no puedo dirigirlos no sé a donde van, los pierdo en la distancia. Hay algo dentro, lo sé. Algo que es como una luz parpadeante pero no soy capaz de avistarla más que unos segundos, camino pero nunca llego a ella. 

A mi alrededor todo es como un sueño. Imperceptible pero nítido. Quiero racionalizar pero la irrealidad se impone. No puedo decidir, solo dejarme llevar por la corriente, una corriente que no es de agua sino de nada, de silencios que me hacen querer callar. 

Teniéndolo todo pero hueca. Movida siempre por la melancolía, por la negatividad, movida siempre por la sensación de que ya no hay más, que detrás de la puerta que no se abrir solo hay otra montaña de cosas como estas. Más días como este, más sensaciones a intercambiar como cromos, más luchas contra los vacíos que aunque a veces desaparecidos siempre regresan de nuevo.

A este aletargamiento nada le importa. No va de tus amigos, ni de tu familia, ni de tu pareja. No, me he dado cuenta. Tampoco consiste en tu casa, en el dinero, en desarrollar un buen trabajo, ni en ser buena persona. No consiste en el altruismo ni en la belleza. Nada acalla la sensación, la disociación, la extrañez ante el reflejo del espejo. Nada lo ha acallado durante ya mis casi veintisiete años. 

Si yo solo pudiese, si solo pudiese dejar de sentir tanto vacío, tanta desconexión, tanta ansiedad ante el alrededor, el teatro. Si solo pudiesen ser la mayoría de los días una calma finita, una vigilia de cerrar los ojos antes de dormir. Si solo pudiese mirarme a mi misma y no discutir con el espejo. Si solo pudiese... yo...

Ojalá.

2 jun 2023

La importancia de mi soledad

Me han crecido las piernas y los dedos de la mano, me ha cambiado el rostro y las circunstancias, pero nada de eso importa. En el recuerdo, tumbada en la cama, mirándome los pantalones vaqueros, en medio de un espacio indefinido, sin edad, que se aleja de mí en el tiempo, las sensaciones son exactamente las mismas. 

Perdida, sin saber leer mi papel en esta obra de teatro, sin saber donde empieza el párrafo y donde acaba, sin poder fundirme homogéneamente en el conjunto como una gota de agua. Vapuleada, agarrándome al filo de la superficie, con los dedos blancos y resbaladizos, creyendo una y otra vez que voy a caer pero logrando sostenerme a pesar de todo, en una sucesión de días que me atenazan la garganta y me la atoran. 

Mirando hacia atrás, buscando en una infancia llena de tormentosos recuerdos pero pese a todo cálida. Recordando los espacios de un hogar seguro, donde el ruido de fuera desaparecía, donde la crudeza del exterior era solo un mal al cual podía ponerle barreras invisibles. Pero ahora, ahora el miedo se cuela entre las rendijas de mi casa, entre los ladrillos de las paredes, los vidrios de las ventanas, y llega a mi piel y se funde con ella. Ya no puedo esconderme dentro de la cama ni dentro de un libro ni dentro de un abrazo. 

Son en momentos como este, en espacios de silencio y vacío, donde puedo parar de representar el papel de la obra de teatro, es cuando al fin el aire me entra en los pulmones y soy capaz de respirar. Es entonces cuando encuentro la fuerza para darme impulso, salir del agujero y avanzar. 

Esa es 

la importancia

de mi soledad.

13 mar 2023

El camino que uno traza con el lápiz

Durante años, antes de entender un resquicio de la vida, de sus complejidades y sus pasiones, de los tactos que deja en la piel, cuando solo alcanzaba a mirar por encima de la mesa del comedor a duras penas, he escrito. 
Escrito sobre todo lo que uno puede hacerlo. De lo más profundo y de lo más trivial, de las nostalgias, de historias inventadas, de personajes que no eran yo sino un reflejo en el espejo. Y ahora, delante del ordenador, en una pausa del trabajo, me planteo ¿Por qué hace tanto que no escribo? ¿Por qué ya no siento esa necesidad? Tal vez el ego ha disminuido. La necesidad de ser alguien grande, de dejar mi legado, ha dejado de importarme. Y ahora encuentro en la vida diaria placeres que son parecidos al escribir. 
Charlar con una amiga sobre diversas reflexiones, con mi pareja, con mis padres o mi hermana. Expresar de otras formas la sensación al borde de la lengua, mediante un baile solitario cuando nadie puede verme. Mediante la lágrima, el dibujo, o a través de mi propio diálogo interior. 
Sin embargo, cada vez que vuelvo a estar delante de un espacio en blanco como este, cada vez que lo único que veo son letras en un papel, regresa la conexión. Y ya no tengo 26 años; es 14 de febrero de 2009 y escribo el primer relato en este blog. Y luego tengo 15 años, 16, 20, 23. Vuelvo a pasar por cada una de las etapas de mi vida en las que la lectura y la escritura fueron la forma de lidiar con las cosas que no comprendía, que no alcanzaba a coger con las manos, que se me perdían en complejidades demasiado grandes para un ser tan pequeñito. 
Vuelvo a ser una niña encerrada en el baño leyendo un libro a escondidas de sus padres, vuelvo a esconderme entre los oleres de las páginas para evadirme de una realidad dolorosa, a escribir con lápiz y papel en mis diarios para entenderme a mí misma. Vuelvo a ser frágil y la nostalgia golpea con fuerza, y esa sensación de calor que me deja en el cuerpo me dice
lo hagas todos lo días, lo hagas una vez al año, o no lo hagas nunca
realmente no importa porque siempre estaremos ahí para ti; las palabras.

Entonces sonrío en silencio, sola en mi habitación,
y el miedo 
d e  s  a    p     a      r       e        c       e.

30 jun 2022

Romper el esquema

 En el tren, observo el mundo y el cielo. Se pone el sol delante de mí, y pasan los pueblos y los cultivos y la tierra se vuelve naranja amarilla verde y marrón. Me siento viva, veo mi reflejo en el cristal, tan de cerca que pierdo toda referencia. La nariz, las pestañas, las pecas y los poros de la piel. El brillo en las gafas de metal. Y me doy cuenta, en ese preciso instante, de que tengo un cuerpo. Un cuerpo que salta, un cuerpo que corre, un cuerpo que come delicias y siente el salitre de la piel y se tuesta al sol. Unas manos que pueden coger, abrazar, sentir el tacto al entertarlas en la húmeda orilla del mar. Y puedo hablar y contar mil historias, las buenas y las malas. Puedo oír todas las canciones del mundo. La flauta, el piano, la voz humana, el violín. Oír el rugir de las olas, el ladrido de un perro, la risa de un niño, el te quiero de quien más me importa. Y mientras miro mi reflejo en el espejo, me doy cuenta también, que poco importa. Poco importa la forma que tengan mis manos para tocar poco importa la forma de mis ojos para ver y la forma de mis orejas para oír. Poco importa la forma de mis piernas y de mi vientre y de mi rostro, porque no estuvieron hechos para ser hermosos sino para abrirme paso en el regalo que una sola vez da el universo: estar viva.

9 jun 2021

Pausa

Caminaba sola entre los juncos. No era capaz de ver nada más allá, solo el verde del espacio en el que se encontraba. Allí, el viento le arrullaba los dedos, no le dolía el pecho. Estaba sola y a salvo.

"Ojalá pudiese quedarme aquí para siempre" se dijo. Ya sabía que no ocurriría. El tiempo no escucha a las pequeñas almas que vagan por él. 

Y entonces,

todo se detuvo.

26 abr 2021

Como una niña

música.

Hay un reflejo en la ventana. El de todas las cosas de esta habitación que, en un universo paralelo, contactan con la realidad a través del frío del vidrio. Detrás, las luces de una ciudad que aguarda en silencio a que la observe. Me siento en la cama, con la luz de la mesilla encendida, y abro la ventana dejando que el frío me de en la cara. Desde el séptimo donde está mi habitación, el viento se cuela por todos los rincones. Suena como una solista de jazz, lo oigo rebotar por las paredes. 

El paisaje es grande y yo lo veo, pero el no puede verme a mí. Contenida entre miles de ventanas más, me desvanezco. Me gusta desaparecer de repente, en medio de los sonidos de sirena, de las motos acelerando, del tren pasando por su vía frente a mí, llegando al fin a su destino. Me gusta no ser nadie porque, de alguna forma, es la única manera que encuentro de serlo todo. De ser el cielo, las nubes, las antenas de los edificios más altos, las luces que se apagan en las ventanas, la primera nota musical que sale del altavoz de mi teléfono móvil. Parte de un mundo que va tan rápido que uno no tiene tiempo ni de alcanzarlo con la mano, porque se desvanece entre los dedos como la arena. 

Cuando abro los ojos a ese mundo, cuando me fijo en cada pequeño detalle del paisaje, entonces comienzo a ver. Veo de verdad, libre de la ceguera pasajera con la que la vista se nubla en el día a día, libre de la ansiedad, de los miedos. Me doy cuenta de que estoy viva. Que me late el corazón, que pienso, que soy capaz de almacenar recuerdos y que, al borde de mi cama, siento el frío del alféizar y oigo la música y detrás del móvil está mamá, y delante de mí un mundo entero que, desde que nací, alguien me regala sin pedir nada a cambio. En esos momentos la vida se me antoja sencilla. No me pide nada. Me doy cuenta de que lo único que tengo que hacer es vivirla. 

Luego me retiro de la ventana y la ceguera vuelve a mí. Me regresan las preocupaciones del trabajo, de la inestabilidad, el miedo a perderme, a no ser suficiente, la comparativa. Pero en esos instantes delante de la ventana, bajo el cielo nocturno, todo se me olvida y puedo llorar de felicidad, sin miedo alguno, volviendo a ser una niña.


8 sept 2020

Una historia sobre el dolor

Hijo, no has nacido aún, pero necesito contarte una historia. La historia de cada uno de los seres vivos de este enorme planeta. Una historia de sufrimiento.
Cuando uno nace, y se abre paso entre las carnes de la madre, experimenta por primera vez el dolor y también, el primer verso de la muerte. Experimenta el duelo de la pérdida del hogar.
Es cierto que desde esa primera bocanada comienza uno a sufrir. También comienza a vivir. Respira y el mundo se le antoja gigante. Hijo, no conocerás un sentimiento más común a todos los seres que el dolor, y sin embargo tampoco habrá ningún otro que nos haga más egoístas. La rabia, la tristeza, la soledad, el hambre, todos van atados al sufrimiento como el collar de un perro a su amo. 
Harás el mal en nombre de este negro amigo. Te justificarás rezándole por las noches y, si no mantienes la cabeza fría y el ego en silencio, se apoderará de ti como el más letal virus. Esta sociedad, en gran medida, ya está envenenada de él. Lo utiliza para excusar, continuamente, la sangre con la que se tiñen las manos. 
Pero no es para eso para lo que sirve sufrir. Y si te traigo a este mundo, hijo, no es para que te hundas en su fango, sino para que lo uses para impulsarte, porque esa es su verdadera y única finalidad. El dolor es parte de la vida porque es lo único que le da sentido. Porque solo se puede llegar al final de camino abriendo sufrido, y solo puede uno morirse en paz cuando enfrenta al dolor y  puede sostenerle la mirada. 
Y cuando hay seres humanos capaces de no dejarse corromper por él, cuando hay gente que del fango saca la más pura de todas las sustancias, cuando veas ese milagro, hijo, entonces entenderás porque te traje a este mundo. 
Porque este es, y será, mi único legado.

5 jul 2020

Un olor

Hay un olor a madera por toda la habitación. Sentada en el taburete, paso los dedos por la mesa y se me quedan en los dedos virutas de una escultura a medio hacer. Siento que nada volverá a oler igual que eso nunca más. Que nada volverá a ser como las tardes entre cojines rosas en el sofá de la abuela, pintando con las primas. La puerta de cristal a través de la cual el seis de enero se entreveían las siluetas de los regalos. 
Nunca pasarán mis dedos igual por la puerta tosca del pueblo y nunca volveré a tenerle miedo a las avispas del peral. Y por las noches, todas en el mismo dormitorio, la abuela no me rascará la espalda mientras cuenta historias alucinantes de su vida porque ya no se acuerda. No volveré corriendo a casa, refugio eterno del exterior, y me acostaré en la cama a leer a escondidas mis libros. No soñaré con magia, ni será papá un escudo nocturno contra los monstruos. 
Ahora el mundo es un poco distinto. Más gris y más oscuro. Y la mente, animal salvaje, parece dominada por el miedo. Sola en esta ciudad, sola en esta casa, miro a través de la ventana y llamo a mis padres. Su voz es como un bálsamo que me hace sentir a salvo. Porque es solo cuando recuerdo que están ahí que adquiere el presente el dulzor de los días pasados y me doy cuenta de que esto que vivo ahora será también, en algún momento, un bonito recuerdo. 
Hay un olor a madera por toda mi habitación...


15 mar 2020

El duelo del 15 de marzo de 2020

El abuelo decía "La vida es corta, pero ancha. Uno tiene tiempo para todo". Y ahora, confinada en este espacio oscuro, sin más compañía que mis propios silencios, me gustaría que estuviese aquí y pudiese decírmelo a la cara. 
Sí, es cierto. En la vida hay tiempo para llorar, para reír. Tiempo para viajar, para leer, para pelear, para hablar, y sobretodo para amar. He amado a mucha gente en mi vida, y todos han pasado por mis días con la suavidad de las cosas rutinarias. Pero ahora la rutina ha desaparecido. O peor aún, se ha convertido en algo sentenciado. Ha mutado y, de alguna forma, su nueva silueta se parece mucho a la de un monstruo. 
No sabía que había gente a la que no deseaba perder hasta hoy. No sabía que había gente a la que quería hasta hoy. Porque, de repente, te quitan el calor de un cuerpo humano y todo lo demás es tan irrelevante que duele. 
En la vida hay tiempo para muchas cosas. También para la soledad. Esa soledad que ronda siempre en la recámara del cerebro, que sientes en el corazón y que apagas todos los días, llenándote de conversaciones banales, de relaciones banales, hablando sin parar para acallar al silencio. Es fácil creer que uno sabe estar solo cuando no tiene que enfrentarse a esa sensación de verdad. Cuando mira hacia delante y no sabe si podrá ver a su familia y amigos en dos semanas o en dos meses. Cuando te asomas a las ventanas y ves a la gente, en sus casas, rodeada de los demás, pero tu no tienes a nadie.
Porque ahora, aquí, todo lo que queda es una habitación vacía, en una casa vacía, donde solo estoy yo. Yo, que llevo tanto tiempo odiándome, que llevo tanto tiempo huyendo, con el corazón doliéndome a cada paso, incluso ahora.

Sí, abuelo, llevabas razón. En la vida hay tiempo para todo.
Y tal vez este sea el tiempo de dejar que los silencios hablen y escuchar.

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