17 ene 2013

Las pastillas asépticas de Dean.

Dean cogió las pastillas blancas de encima de la mesa y las sostuvo frente a sus ojos. Eran frías y asépticas, llenas de componentes mudos que le causaban dolores de estómago. No le gustaban. Sabían a medicina.
Se alisó los pelos. Después de conducir de aquella forma, las canas se le habían ido para atrás y parecía un motorista de los años sesenta, con la barba sin afeitar y el cabello agitado por el viento. Will (sentado tras  él) le había dicho que acelerara, pero cuando le paró la policía porque corría demasiado de nada le sirvió decir que el hombre causante de aquello estaba a su espalda. El tipo se había esfumado cuando señaló la parte trasera de la moto, ni rastro de él en todo el trayecto.
Tiró las pastillas por la ventana -un buen regalo para el vecino de abajo- y oyó como se hacían añicos contra el suelo de mármol. Una vez, hacía muchos años, vio como una niña se tiraba desde un balcón y se partía en trocitos también, como la porcelana. Ni rastro de sangre, solo una vasija rota que nadie reclamó. Pobre.
-Cariño ¿te has tomado las pastillas? -le gritó su mujer desde la cama.
¡Claro que no se había tomado las pastillas! Pero aquel secreto solo lo sabía él. Él y el hombre de cara pálida del salón, que lo observaba frente al televisor todas las noches mientras veía una película de tiros.

31 dic 2012

El ciervo en el jersey de lana 2.

(El final de la historia. Para 
leer la primera parte click). 

Avec le music.


Cuenta la leyenda que en los buenos momentos se juntan las almas, y que cuando esto ocurre el mundo se ilumina un poquito más. Así que aquella noche, sentadas en un sofá frente a un televisor, y rodeadas de mayores abandonados por el mundo, Pam y Tat arrojaron un haz de luz al lugar y contagiaron a hombres y mujeres con sus sonrisas.
La joven miró a su abuela con cariño y recordó un día en la playa, cuando bajaron a la arena y construyeron un castillo enorme que después se llevaría la marea. (Quién sabe si algún pez acabó viviendo en él). Entonces tenía la cabeza en perfecto estado, era capaz de memorizar una lista entera de teléfonos y decirlos al revés, y jugaba con su nieta a leer párrafos al azar de sus libros favoritos.
-Abuela -susurró mientras terminaba de pelar la última de las uvas para que Tat no se atragantara. -¿Sabes que he conocido a un chico? 
Se sonrieron pícaras, la experiencia y la impaciencia una al lado de la otra. Dos mundos contrapuestos que se compenetraban a la perfección. La enfermera ayudó a la anciana a sentarse en el sofá y fue a atender a un hombre que la llamaba.
-Bonito año este ¿verdad? -preguntó la abuela Tat. Lo cierto es que apenas lo recordaba, pero seguro que había sido esplendido. Porque seguía viva. Porque podía hablar. Porque miraba a su nieta y sabía que ella lo había disfrutado más que nadie.¿Cuántos años tendría ahora? ¿Diecinueve, quince, treinta? Ya no recordaba como variaban los rostros con la edad. Solo tenía la certeza de que ella era vieja, muy vieja.
-Pues no ha ido muy bien, abu. Muchos recortes, el pobre cada vez más pobre y el rico cada vez más rico. Miras las noticias y te entran ganas de gritar: "¡Paren el mundo, me quiero bajar!" Guerras, desahucios, robos, violaciones, asesinatos... 
Los cuartos de campanada empezaron a sonar. Los del asilo se inclinaron en sus asientos y cogieron la primera uva para llevársela a la boca.
-Y sin embargo, tú aún eres capaz de sonreír. No tengo idea de lo que ha pasado, Pam, porque apenas veo las noticias, pero ¿Sabes qué? Seguro que alguien ha pintado un cuadro, ha bailado bajo la lluvia, ha tenido un hijo o se ha enamorado -le dio un cozado e imitó al resto de sus compañeros de hogar. Pero antes de que sonara la primera campanada, ella ya se había llevado la uva a la boca. Siempre fue un poco tramposa.
-Lo que pasa es que eres una soñadora, abuela.
-¿Eso? - Cogió la tercera y se la tragó sin masticar. Qué más daba si se atragantaba. - Eso lo seré siempre.
Doce. Ellas. Once. En un asilo. Diez. Alejadas del mundo. Nueve. De la realidad. Ocho. Como dos almas gemelas. Siete. Llenas de esperanza. Seis. De ilusión. Cinco. De felicidad. Cuatro. De deseos. Tres. De ansias. Dos. De vivir. Uno. Y de soñar.
-Feliz año nuevo Tat.
-Feliz año nuevo Pam.
Se abrazaron y supieron que todo iría bien. Porque estaban juntas.
Y eso era lo más importante.

27 dic 2012

El ciervo en el jersey de lana 1.

(La segunda y última parte la 
leeréis en fin de año). 

Avec le music.


El niño se monta encima del patinete y empieza a correr detrás de su madre. Ella lleva unos pantalones rojos y un abrigo de lana negro que oculta su silueta. Está bebiendo un batido de chocolate y tiene las uñas de las manos pintadas de marrón. Un marrón oscuro y ceniciento. Se gira para apremiar a su hijo, y el pelo rubio se mueve con ella (es tan largo que parece una cascada de oro cayendo sobre sus hombros). Pronuncia algo, pero no se oye. Seguramente estará regañándolo por lo lento que va.

-Vamos, señora Tat. 
La mujer aparta los ojos de la ventana y los clava en la enfermera. No recuerda su nombre. No recuerda que hace allí ni que día es. Pero no le importa. A veces es feliz sin saber las cosas.
-¿Señora Tat?
Esa es ella. Es una de las pocas cosas que recuerda. Asiente, se levanta y sigue a la enfermera hasta una sala enorme, con un suelo de madera en el que puede deslizar las zapatillas sin problemas. Hay más personas allí,  algunos duermen con la boca abierta y otros juegan a las damas, pero todos la miran cuando entra. Incluso después de tantos años, Tat irradia algo especial que hace que la gente se vuelva a observarla. La enfermera espera a que la mujer llegue a su lado y le habla de nuevo.
-Tiene visita. 
La visita lleva un jersey de lana ancho (igual de ancho que el abrigo de la mujer de los pantalones rojos) con un ciervo marrón en el centro, un gorro con orejeras y una nariz enrojecida por el frío. Su pelo también es rubio, pero está corto, tanto que apenas le tapa las orejas. 
-Esta es Pam, señora Tat ¿La recuerda?
Tat sonríe y sus ojos relucen por primera vez en muchos meses. Claro que sí. Como olvidar aquella mirada de hielo que tan pocos han logrado penetrar. Es Pam, su niña, su dulce sol, su alegría. 
-He traído unas uvas para las campanadas de fin de año, abuela -dice, y sus labios color carmín sonríen en un gesto que solo le dedica a ella.
La abuela Tat ha rejuvenecido más de treinta años. Porque cuando se pensaba abandonada entre aquellas mentes arrugadas, olvidada en un lugar recóndito de la memoria, su nieta ha decidido pasar el fin de aquel año con ella. No hay nada que pueda hacerla más feliz.

26 dic 2012

Es invierno en el bosque.

Cuando era pequeña, mi abuela me contaba las historias del corazón del bosque. Nos sentábamos a la lumbre de la chimenea, con una manta hecha de retazos de telas perdidas y un chocolate caliente en las manos, y nos mirábamos a los ojos llenas de ilusión.
La abuela me hablaba de los monstruos que se escondían en lo alto de los árboles, de duendes que buceaban entre la nieve a la espera de encontrar diamantes perdidos y de hadas que agitaban varitas para cambiar estaciones. A veces le asaltaban ataques de tos y paraba el relato (quedaban congelados valientes muchachitos que se adentraban en la espesura con linternas y osos saltando en el aire para atrapar a sus presas), pero después proseguía y yo me perdía entre aquellas hojas de laurel que perfumaban la estancia.
Tras la ventana, muñecos de nieve nos escuchaban.

3 dic 2012

Las calles de Diciembre.

Pam había soñado cantidad de verces con estrecharlo entre sus brazos entre las luces de navidad, y ahora podía. A su alrededor la gente pasaba mirando al horizonte, con las mejillas coloradas, las manos enfundadas en guantes de lana y una bolsa cargada de ilusión. Levantó la vista y se encontró con él -sus ojos color caramelo observándola con ansias- y lanzó al aire las palabras que tantas veces había guardado en su corazón. A su alrededor, el vapor se extendió y le nubló la vista como si acabara de pegarle una calada a un cigarro. El frío le erizó el bello de la piel, o bien podía ser sus labios, que descansaban en su boca con tanta dulzura que sentía la calidez que emanaba de ellos. Ni abrigos rojos y enormes de lana, semejante a los de Papá Noel, podían separar sus cuerpos en aquellos momentos. Porque estaban conectados por algo más allá de lo físico.
-Feliz Navidad, Pam.
Se sonrieron el uno al otro. No había regalo más preciado que aquel.

7 nov 2012

El silencio de la habitación 316.

El hospital huele a hospital. Hay ruedas de silla debajo de la gente, o gente encima de la silla de ruedas, lo mismo es, andando de un lugar a otro como si compitiesen por ver quien tiene más problemas. Los médicos andan de aquí para allá con blusas anchas, plasticosas y verdes, y en los pies unos zapatos que solo son dignos de llevar si los oculta un mostrador. El hombre avanza por el pasillo y ve que las luces se reflejan en el suelo. Sabe que si chupara el mármol sabría a limpio. Se estruja las manos mientras espera al ascensor, se limpia el sudor en los pantalones y nota el relieve de los bolsillos traseros arañandole la piel. No sabe porque están ahí, ya que no los usa (ni nadie introduce las manos en ellos, porque se ha quedado solo). Planta 1. Planta 2. Planta 3. Esa es la suya, pero por si no lo recordaba una voz de mujer se lo anuncia a través de un micrófono invisible. Se abre paso entre el vacío de los pasillos desiertos y agudiza el oído, pero solo hay silencio, eso y los latidos de su corazón en un tun tun apresurado. Encuentra la puerta, la 316 con números dorados, y pone la mano en el pomo. El sudor se queda pegado en el frío metal y desaparece. 

28 oct 2012

El olor superviviente de las lavandas.


Lee escuchando a peces de fondo.

La habitación está bañada por una luz suave que se cuela entre las cortinas, ondeantes por el viento ladrón que entra por las ventanas. Las paredes son blancas ahora que están expuestas al sol, pero en las sombras que se crean por las esquinas adquieren tonos oscuros que ocultan los desperfectos del tiempo. Toco con la yema de los dedos la pintura agrietada y al inspirar el olor a viejo se apodera de todo mi cuerpo. También hay un leve aroma a lavanda por las flores del patio, un cuadro vivo tras el marco de la ventana, llenos de morados que bailan de un lado a otro mecidos por la brisa. Arrastro los dedos por la pared siguiendo el camino sinuoso de una grieta y entierro las uñas hasta tocar el cemento seco tras ella. Algunas migajas se me quedan pegadas y tengo que limpiarlas en el pantalón. 
La habitación está vacía, y solo un espejo de cuerpo entero me mira apesadumbrado desde la esquina derecha del dormitorio. Tiene polvo por las cuatro esquinas y una araña lo ha tomado por hogar, pero me veo reflejada en él y recuerdo una noche muchos años atrás, mi reflejo en ese mismo espejo diez veces más joven, con la silueta alta de mi madre tras mí, abrazándome por la espalda y diciendo que todo saldría bien. Si ese espejo arañado y vencido por el tiempo pudiera hablar contaría mil y una historias de lo ocurrido en la cama frente a él, las noches de estudio en la mesilla con la luz del flexo encendida, y lágrimas, y sonrisas, y a través de él el patio en el que una niña hacía de avión corriendo de un lado a otro, donde alguien se mecía en una maca y en el vaivén del movimiento bajaba los brazos y tocaba las lavandas que aún hoy, resecas, siguen desprendiendo olor, sin ser capaces de morir como lo hace el resto del mundo.
Si cierro los ojos, recuerdo las voces del fondo del pasillo, las galletas de la abuela crujiendo en la boca de algún goloso, el agua rebosando el fregadero, el sonido de las zapatillas de mi madre corriendo por el pasillo y el momento de la noche cuando mi padre llegaba a casa, cerraba la puerta con cuidado creyendo que estábamos dormidos, y nosotros saltábamos las escaleras de dos en dos porque habíamos estado callados, esperando con los ojos abiertos hasta oír ese clack que anunciaba su llegada, una noche tras otra. 
Pero cuando abro los ojos la habitación está vacía, el suelo de madera sosteniendo mis pies, reposando en silencio durante tantos años, y si me miro al espejo solo veo una mujer que dejó de ser la niña que hacía aviones en aquel patio hacía mucho tiempo. Aún así, no importan ni el silencio, ni el polvo, porque solo importa una cosa. Y es que, después de tantos años, estoy otra vez en casa.

11 oct 2012

La revolución de los sumisos.

No nos callaran. Gritaremos revolución por las esquinas, alzaremos banderas sin color, blancas como la cal, rascacielos de esperanza que arañen a las nubes, y nos quitaremos la venda de los ojos que con tanto afán quisieron cubrirnos. Levantaremos las manos y recordaremos que seguimos aquí, al pie de la montaña, que somos la base de aquellos que creen no necesitarnos, que sin nosotros no serían nada, y que ese monte sobre el que se alzan victoriosos está sostenido por cada uno de los seres a los que pisotean y hacen morder el polvo para poder ganar más. Siempre más. 
Si quieren coronas de oro, se las daremos de espinas. 
Si quieren sumisión, les daremos REVOLUCIÓN.

30 sept 2012

Alguien que te vea perfecta.

Recuerdo cuando te miraban y decían que no entendían tu forma de ser, criticaban tu cabello, tu ropa y te escupían a la cara. Esos ojos de hiena clavados en tu médula, los murmullos entre ellos, una media sonrisa de superioridad. Todo lo que te hizo tanto daño y te hizo creer que estabas por debajo de ellos. 
Has crecido arropada entre desilusiones, cayendo cuando te levantabas, y soportando bajo ti la losa de unos estereotipos que nunca fueron contigo. Porque eras demasiado gorda, demasiado callada, porque no salías los viernes noche y te quedabas bajo la cama al amparo de unas cuantas letras en las que te hundías.
Escúchame bien, pero haz oídos sordos a los otros, aquellos que te insultan y te gritan, que te rechazan por lo que eres. Escúchame bien, eres única, eres increíble, digan lo que digan los demás.
Y no llores por sus palabras, no te sientas mal cuando se rían de ti, porque tú sola eres capaz de escalar montañas, de llegar a lo más alto y clavar tu bandera entre las nubes. A lo mejor aún no lo sabes, a lo mejor aún hoy piensas que no vales, pero un día llegará alguien que te rescate y te haga sonreír con una sola mirada, alguien que sepa todo lo que vales. Un día llegará alguien que te vea perfecta, y entonces tú podrás creértelo también, y te darás cuenta de que todos los demás estaban
EQUIVOCADOS.


6 sept 2012

El mono que olvidó lo que era.

En medio de un Universo en silencio, los monos aprendieron a hacer fuego y creyeron que con él podrían alumbrar la felicidad, crearon la rueda y pensaron que ella les llevaría hasta el destino, inventaron la moneda y cayeron en las garras de la avaricia estando seguros de que se controlaban a sí mismos. El mono que aprendió a andar se hizo fuerte, ingenioso y hábil. Acabó con vidas por lujo y no por supervivencia, y sonrió con suficiencia hacia las especies que aún se escondían en la maleza. 
En medio de un Universo en silencio, los monos mataron para conservar el poder, reinaron sobre castillos imbatibles, se vistieron de seda a la espera de parecer más apuestos, pintaron cuadros sobre Dios para ganarse su perdón, descubrieron continentes y destrozaron ideales. El mono que aprendió a construir máquinas de vapor llegó lejos y decidió calzarse un bombin a la cabeza. Desarrolló enormes sistemas de mercado y movió números invisibles, construyó cohetes para ir a la Luna, y en el viaje creyó haber rozado con la punta de los dedos las estrellas, pero fue solo un sueño.
En medio de un Universo en silencio, los monos se olvidaron de lo que eran.
(Esa fue su perdición).

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