27 mar 2012

Laberintos y burbujas de cristal.

Después de tantos años, de tantas caídas, seguimos inmersos en nuestras propias burbujas de cristal. Parecemos locos incansables que se golpean contra las esquinas por diversión, que se adentran en laberintos de pensamientos equivocados para perderse e ignoran a los otros porque piensan que, con unas gafas tintadas de rosas, la realidad va a desaparecer. Y una vez que estemos aislados y no podamos gritar auxilio, cuando ya nadie pueda escucharnos, se abalanzarán sobre nosotros la lujuria, la gula, la avaricia, la pereza, la ira, la envidia y, ante todo, la soberbia. 
Al final, del ser humano no quedarán  más que restos.

22 mar 2012

Los cajones olvidados de la memoria.

Hay noches en las que no puedo dormir y me pongo a recordar. Entre las vigas del techo encuentro mi casa de la playa, las luces que había sobre la puerta y que, cuando se iluminaban, eran como los ojos de un gigante cuadrado que me observaba. Recuerdo que los días de arena y olas a mi abuela le gustaba sentarnos en el balcón de cenefas azules y blancas y nos daba la comida mientras contaba historia de gente que pasaba.
Entre las imperfecciones de la pared blanca hay más recuerdos. Recuerdos de una mochila pequeña en una silla que simbolizaban mi primer día de clase, los ojos azules de un niño que se chupaba el dedo por la calle, las luces parpadeantes de una bicicleta en la noche, una nube con forma de delfín en la carretera camino a casa. 
Y en las aspas del ventilador, el olor a chocolate de los domingos, el abrir y cerrar de una cremallera en un jersey hecho a mano, la sombra del vecino tras las cortinas haciendo de comer, el gesto de una sonrisa que aún guardo con cerrojos, meter la mano en el armario y tener la esperanza de tocar la nieve de Narnia, la sombra difuminada del carboncillo de mi abuelo sobre el papel, los ojos de Van Gogh en uno de sus cuadros y la textura de una colchoneta para saltos. 
Y miles de millones de recuerdos que siguen ahí, aunque yo no los vea, esperando a salir de los cajones olvidados de la memoria.

10 mar 2012

Has escrito tu nombre con indeleble.

Ha amanecido está mañana del color de las mandarinas, y parecía un atardecer. Estaba la luna en lo alto, observándome con sus ojos de cráteres y de tierra, recordando la última vez que fui a visitarla y me llené de vértigo por las alturas. Estaba demasiado alto incluso para mi imaginación. 
Y cuando salí a la calle, olía a café y a neumáticos quemados, pero sobre todo olía a ti. Olía a ti porque estás en mi mente cada maldito segundo y tu sonrisa no se borra de mi mente, ni tus labios, ni tus ojos azabache y grandes que me observan y te delatan. Estás en mi mente, sí, y no te puedo borrar porque has escrito tu nombre con un bolígrafo indeleble. 

4 mar 2012

Yusuff soñaba con ser aviador.

De pequeños, todos hemos abierto los brazos cuan largo eran y hemos corrido por la acera fingiendo ser aviones. Hacíamos sonidos con la boca, imitando el motor del aparato, algo así como bruuuuuuun, bruuuuuun, y entonces hasta los mayores se asustaban. Por supuesto, Yusuff no era un excepción. 
En uno de sus viajes, su padre le había comprado un gorro de aviador que llevaba puesto a todas horas y tenía color carmín, aunque del uso había empezado a desgastarse y ahora parecía cuero de oveja. Muchas veces había soñado con surcar los cielos y atravesar las nubes, que debían de saber a azúcar y a chocolate, pero siempre despertaba y estaba con los pies bien pegados a la tierra. A Yusuff aquello le fastidiaba. Miraba el azul sobre él y envidiaba a los pájaros, con aquellas grandes alas que los hacían planear sobre el aire. En esos momentos de desesperación, arrugaba la nariz, corría hacia su casa con la bufanda de su abuela arrastrada tras él, y se encajaba el casco en la cabeza mientras subía por los muebles y se colgaba de la lámpara. 
Y si cerraba los ojos, volaba sobre la arena del desierto, sobre el mar embravecido y sobre las torres altas que daban las doce en París. (Como un verdadero piloto de sueños).

19 feb 2012

Y es que nadie le pone etiquetas a Pam.

Me llamo Pam, soy alérgica a las nueces, y no soporto a los falsos. Mañana cumplo trece primaveras, pero por mí como si cumpliera veinte, porque al mundo le da igual. Desde que nací, supe que nadie me impondría etiquetas, que nadie me impediría llegar a la cima y cumplir mis sueños. Ni el más astuto de los zorros podrá conmigo. Ni los zorros, ni las zorras. Mi música favorita es el jazz, y mi cantante, Bessie Smith. Amo a los Beatles y no soporto a Rihanna, ni a todos los que tratan de imitarla. Como hobbies, me decanto por leer bajo las sábanas, al amparo de una linterna medio gastada, e imaginando peripecias e historias acabo por cerrar los ojos y dormirme. Esa soy yo, esa es Pam, y si no te gusto siempre puedes mirar hacia otro lado.
La chica rubia sonrió a la clase vacía, estrujó el papel y lo tiró a la basura. "Una lástima" Se dijo mientras le pegaba un mordisco a su bocadillo "Que no se puedan decir estas cosas en la realidad, y al final tenga que escribir una redacción típica de mi edad, llena de rosas y bazofia". 

9 feb 2012

Camino por calles sin nombre.

La ciudad está enterrada en la derrota. Hundida hasta los tejados de tierra roja llena de prejuicios, las ventanas abiertas de par en par, con los cristales rotos y flores muertas en las repisas. Hay en el asfalto charcos de sangre y de envidia, nubes que bajan y en vez de rozar el cielo rozan el suelo, remolinos de aire como los que describía Clarín al inicio de La Regenta, que juguetean por las aceras y ascienden en las paredes llenas de escarcha y congeladas por el frío. 
El cielo está tan rojo que parece el infierno. De verdad, el maldito infierno.
Las personas ya no pasean por las calles, solo caminan con la mirada perdida y llena de nebulosas. Y como no los alaban, ni les sonríen, ni les prestan atención, los árboles han terminado desnudos y muertos, y los edificios son todos iguales, ladrillo y hormigón que ya nunca más se admirarán. Las catedrales se han caído -la tierra vuelve a la tierra-, se rajó el papel fibroso de los libros y hay abandonados juguetes en parques que huelen a óxido.

1 feb 2012

La coraza de cristal de la princesa Katapúm!

Yo conozco a una princesa que se llama Katapúm!, pero que ni es guapa, ni joven, ni rica ni nada. Y como no es nada, Katapúm! no recibe peticiones de matrimonio, ni va a rescatarla a su castillo príncipes rubios, altos y apuestos. Por ello, la princesa se ha formado una coraza de cristal y se ha escondido allí para que los que se asomen por su morada no puedan verla. Pero su escudo, cómo ella, es transparente y frágil, aunque no quiere darse cuenta, así que ha decidido que no va a tenerle miedo a nada. Cuando se asoma a la ventana y ve todos los bosques y las montañas que se extienden a su alrededor sueña con atravesarlos, y ni siquiera un estremecimiento le recorre la espalda porque, en su lecho de cuatro paredes, ha aprendido a ser valiente.
Katapúm! la invencible, la llamaban, hasta que un día llegó una cabellera oscura, unos ojos grises y una sonrisa perfecta y lo cambiaron todo en dos minutos. En solo dos minutos. 
(Como podéis imaginar, de la coraza de cristal no quedaron más que restos). 

23 ene 2012

Estuviste en la vida, y la viviste.

Siento que me voy, que ya no queda nada de mí en este cuerpo. No hay imágenes en secuencia ante mi mente, no recuerdo mi vida, ni mis mejores momentos, ni los peores. Porque nada pasa ante mis ojos. Solo oscuridad. Una oscuridad que me traga y me lleva y me separa de lo que quiero en un para siempre que detesto.
Dicen que morir es más rápido que quedarse dormido, pero es mentira. El frío acude a ti, se mete por cada poro de tu piel y tu quieres estremecerte, pero no puedes. Porque algo te impide moverte. Porque algo te impide gritar. Y lo único que consigues lanzar son jadeos. 
Y al final, vienen a tu mente sus ojos y ya hay calma. Los ojos de las personas a las que amas, de todos aquellos que te llorarán, y comprendes que estuviste en la vida, y la viviste, y eso es ya más que suficiente. Recuerdas entonces aquel momento cuando llegaste al mundo y eras tú el que lloraba, mientras que los demás sonreían felices a tu alrededor llenos de gloria. Sí. Ese momento es único, al igual que este en el que te vas, cuando son los demás los que lloran, pero tu sonríes. Porque sabes que, mientras latas en los corazones de los demás, estarás vivo. 

8 ene 2012

Nadie puede vivir para olvidar.


Inspirándome en las notas musicales
un microrrelato crítica al cambio climático.

Notó el rocío en la punta de sus dedos, las hojas verdes y húmedas haciendo caricias en la palma de ambas manos, y después un largo y prolongado suspiro de desesperación y angustia. Y fue allí, él un mero espectador, cuando las rosas del paisaje empezaron a pudrirse y se les marchitó hasta el corazón. Desde lo hondo, el planeta se estremecía. Quiso lanzar un grito de auxilio para salvar aquello que se extendía a su alrededor, pero llegaron y lo talaron todo, y lo quemaron todo, y lo pudrieron todo, y seres como él se llevaron los árboles que le hacían respirar y el oxígeno se le fue acabando lentamente. Allá en el río, los peces salían a la superficie muertos y agonizaban como él en busca de algo de vida, hasta que ya no quedó nada y la cuenca de los ojos se les quedó tan vacía que no pudieron ni llorar.

3 ene 2012

La abuela Tat y la música llena de historia.

Con la música de ese piano aprendí a andar. Me apoyaba en una de sus patas oscuras y daba pasos cortos en busca de alcanzar el rostro de mis seres queridos, de imitarlos para poder entrar en su círculo y no tener que quedarme apartada en un lugar desolado de la habitación. Aprendí a escuchar, y los oídos se abrieron como libros y dejaron que la música entrara y embargara mis sentimientos y se los llevara lejos de mí porque no pude pagar el último mes por falta de sonrisas. Con la música de ese piano aprendí a recordar, a ver esos instantes perfectos de mi pasado que jamás podría borrar de mi mente, y de mano de Mozart, de Bach, del gran Beethoven tocados por la abuela Tat en las teclas puras y blancas viajé a mundos en los que ya había estado, pero a los que me moría por regresar. Y aprendí a amar, a llorar, a susurrar, a recapacitar, a vivir, a soñar.
Pero la abuela desapareció, y cuando yo ya era mayor tiraron el piano por miedo a los recuerdos, como si ellos pudieran hacerles daño, el banco embargó la casa y viajamos lejos, para huir de algo que nos perseguiría hasta el infinito y más allá. Y mi dolor era más grande que toda la tierra, el mar y el cielo juntos, porque cuando las cosas nos hacen felices pensamos que serán para siempre.
Y solemos equivocarnos.

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