27 mar 2013

El lugar donde falta el oxígeno.

Abrió el compartimento de la nave, estrellas titilando sobre sus ojos. El corazón (boom boom en el pecho) estaba a punto de salírsele del cuerpo. Oía los latidos con claridad en el silencio del inmenso universo. Echó un vistazo hacia abajo, sus pies sobre la negrura de lo incierto y su hogar a la altura del zapato. El mundo se veía tan pequeño y vulnerable desde aquella perspectiva...
Pensó en saltar y dejarse flotar lejos, lejos para que no pudiesen encontrarlo.

25 mar 2013

Pasar el resto de la vida contigo.

Mechones de pelo suelto en un moño apresurado.
Los latidos del corazón 
(en una habitación en silencio).
Arrodillarse sobre la madera.
Extender la mano derecha.
Una caja en la palma.
Las arrugas que se forman con las sonrisas.
El crujir de una silla al levantarse.
Dos cuerpos que se abrazan.
Dilataciones de pupilas.
Cerrar los ojos cuando te
levanta en vilo y
girar el anillo de oro
en el dedo corazón.
-Sí, claro que sí.

18 mar 2013

El arquero de las calles de Nueva York.

Tenía los ojos grises de su madre, aunque no la conocía. Corría más rápido que mil y un leopardos, pero no por ello había escapado de las garras de la policía, -las sirenas de fondo como banda sonora de su vida-. En la cárcel estuvo dos veces, encerrado entre cuatro paredes frías como el hielo y oscuras como la noche, con la cabeza gacha, los codos sobre las rodillas y las manos hundidas en el pelo azabache. Le llamaban Robin Hood. Vestía camisetas de segunda mano y robaba manzanas en el mercado. Manzanas y pan y gorras y dinero de la caja. No había piedad en su mirada, pues más de una vez le habían partido el labio inferior por dudar de sus enemigos, ni inocencia en su cuerpo, elástico y lleno de heridas. Ayudaba a aquel que lo necesitara, al menos hasta que lo cogieron por tercera vez y lo plantaron frente al jurado. (Ahora, espera su sentencia).

3 mar 2013

Carreteras hacia tu boca.

Cogen el 600 de George y viajan por las carreteras sin un rumbo fijo. Sara, en el asiento de atrás, se ve reflejada en el espejo retrovisor. Tiene los labios pintados de rojo y unos ojos tan azules como el mismísimo mar. "Vayamos a un lugar lejos de aquí y no regresemos jamás" dice entre susurros, y su voz se mezcla con el solo de guitarra que sale de la radio. George le da la mano. Conduce con la otra. En los labios tiene un cigarro apagado hace más de media hora y que le ha llenado los pulmones de cáncer mortal. 
Pararán en la próxima estación de metro, harán el amor en un motel, tomarán palomitas y café y luego regresarán a casa con los pelos despeinados, la ropa puesta del revés y marcas de besos en el cuello. 

1 mar 2013

Canciones de amor que suenan a ti.


Notas musicales.

Escuchar canciones de amor me recuerda a ti. Nos veo danzando sobre el asfalto, bailando al ritmo de un vagabundo que toca algo de los Rolling Stones. Y esa mirada que me lanzaste al besarnos en el mismo lugar donde nos conocimos meses atrás. Cuando me abrazas y cierras los ojos y cierro los ojos y aspiro el aroma de tu piel y me siento completa. Tu mano dos centímetros más grande que la mía, palma contra palma. Tumbarse sobre la hierba uno al lado del otro y mirar las estrellas, y de solo recordar el momento llorar. Yo te dije que aquellos astros de luz eran todas las personas que habíamos perdido, y tú los señalaste con la mano, buscando a aquellos que querías. Sonrío cuando recuerdo ese beso debajo del agua, y las despedidas de más de quince minutos en la que nos separábamos, andábamos hacia atrás mirándonos a los ojos y volvíamos el uno junto al otro. Cogerme en vilo como si fuera una pluma. El helado que acabó en tu nariz y el sabor de tus besos. La falta de oxígeno en tus ausencias. El zoológico cuando te veo llegar a lo lejos, y tus besos al aire que guardo en una jaula de sueños.
Pase lo que pase, no olvidaré lo que nos ocurrió. Te lo prometo.
Te lo prometo.

17 ene 2013

Las pastillas asépticas de Dean.

Dean cogió las pastillas blancas de encima de la mesa y las sostuvo frente a sus ojos. Eran frías y asépticas, llenas de componentes mudos que le causaban dolores de estómago. No le gustaban. Sabían a medicina.
Se alisó los pelos. Después de conducir de aquella forma, las canas se le habían ido para atrás y parecía un motorista de los años sesenta, con la barba sin afeitar y el cabello agitado por el viento. Will (sentado tras  él) le había dicho que acelerara, pero cuando le paró la policía porque corría demasiado de nada le sirvió decir que el hombre causante de aquello estaba a su espalda. El tipo se había esfumado cuando señaló la parte trasera de la moto, ni rastro de él en todo el trayecto.
Tiró las pastillas por la ventana -un buen regalo para el vecino de abajo- y oyó como se hacían añicos contra el suelo de mármol. Una vez, hacía muchos años, vio como una niña se tiraba desde un balcón y se partía en trocitos también, como la porcelana. Ni rastro de sangre, solo una vasija rota que nadie reclamó. Pobre.
-Cariño ¿te has tomado las pastillas? -le gritó su mujer desde la cama.
¡Claro que no se había tomado las pastillas! Pero aquel secreto solo lo sabía él. Él y el hombre de cara pálida del salón, que lo observaba frente al televisor todas las noches mientras veía una película de tiros.

31 dic 2012

El ciervo en el jersey de lana 2.

(El final de la historia. Para 
leer la primera parte click). 

Avec le music.


Cuenta la leyenda que en los buenos momentos se juntan las almas, y que cuando esto ocurre el mundo se ilumina un poquito más. Así que aquella noche, sentadas en un sofá frente a un televisor, y rodeadas de mayores abandonados por el mundo, Pam y Tat arrojaron un haz de luz al lugar y contagiaron a hombres y mujeres con sus sonrisas.
La joven miró a su abuela con cariño y recordó un día en la playa, cuando bajaron a la arena y construyeron un castillo enorme que después se llevaría la marea. (Quién sabe si algún pez acabó viviendo en él). Entonces tenía la cabeza en perfecto estado, era capaz de memorizar una lista entera de teléfonos y decirlos al revés, y jugaba con su nieta a leer párrafos al azar de sus libros favoritos.
-Abuela -susurró mientras terminaba de pelar la última de las uvas para que Tat no se atragantara. -¿Sabes que he conocido a un chico? 
Se sonrieron pícaras, la experiencia y la impaciencia una al lado de la otra. Dos mundos contrapuestos que se compenetraban a la perfección. La enfermera ayudó a la anciana a sentarse en el sofá y fue a atender a un hombre que la llamaba.
-Bonito año este ¿verdad? -preguntó la abuela Tat. Lo cierto es que apenas lo recordaba, pero seguro que había sido esplendido. Porque seguía viva. Porque podía hablar. Porque miraba a su nieta y sabía que ella lo había disfrutado más que nadie.¿Cuántos años tendría ahora? ¿Diecinueve, quince, treinta? Ya no recordaba como variaban los rostros con la edad. Solo tenía la certeza de que ella era vieja, muy vieja.
-Pues no ha ido muy bien, abu. Muchos recortes, el pobre cada vez más pobre y el rico cada vez más rico. Miras las noticias y te entran ganas de gritar: "¡Paren el mundo, me quiero bajar!" Guerras, desahucios, robos, violaciones, asesinatos... 
Los cuartos de campanada empezaron a sonar. Los del asilo se inclinaron en sus asientos y cogieron la primera uva para llevársela a la boca.
-Y sin embargo, tú aún eres capaz de sonreír. No tengo idea de lo que ha pasado, Pam, porque apenas veo las noticias, pero ¿Sabes qué? Seguro que alguien ha pintado un cuadro, ha bailado bajo la lluvia, ha tenido un hijo o se ha enamorado -le dio un cozado e imitó al resto de sus compañeros de hogar. Pero antes de que sonara la primera campanada, ella ya se había llevado la uva a la boca. Siempre fue un poco tramposa.
-Lo que pasa es que eres una soñadora, abuela.
-¿Eso? - Cogió la tercera y se la tragó sin masticar. Qué más daba si se atragantaba. - Eso lo seré siempre.
Doce. Ellas. Once. En un asilo. Diez. Alejadas del mundo. Nueve. De la realidad. Ocho. Como dos almas gemelas. Siete. Llenas de esperanza. Seis. De ilusión. Cinco. De felicidad. Cuatro. De deseos. Tres. De ansias. Dos. De vivir. Uno. Y de soñar.
-Feliz año nuevo Tat.
-Feliz año nuevo Pam.
Se abrazaron y supieron que todo iría bien. Porque estaban juntas.
Y eso era lo más importante.

27 dic 2012

El ciervo en el jersey de lana 1.

(La segunda y última parte la 
leeréis en fin de año). 

Avec le music.


El niño se monta encima del patinete y empieza a correr detrás de su madre. Ella lleva unos pantalones rojos y un abrigo de lana negro que oculta su silueta. Está bebiendo un batido de chocolate y tiene las uñas de las manos pintadas de marrón. Un marrón oscuro y ceniciento. Se gira para apremiar a su hijo, y el pelo rubio se mueve con ella (es tan largo que parece una cascada de oro cayendo sobre sus hombros). Pronuncia algo, pero no se oye. Seguramente estará regañándolo por lo lento que va.

-Vamos, señora Tat. 
La mujer aparta los ojos de la ventana y los clava en la enfermera. No recuerda su nombre. No recuerda que hace allí ni que día es. Pero no le importa. A veces es feliz sin saber las cosas.
-¿Señora Tat?
Esa es ella. Es una de las pocas cosas que recuerda. Asiente, se levanta y sigue a la enfermera hasta una sala enorme, con un suelo de madera en el que puede deslizar las zapatillas sin problemas. Hay más personas allí,  algunos duermen con la boca abierta y otros juegan a las damas, pero todos la miran cuando entra. Incluso después de tantos años, Tat irradia algo especial que hace que la gente se vuelva a observarla. La enfermera espera a que la mujer llegue a su lado y le habla de nuevo.
-Tiene visita. 
La visita lleva un jersey de lana ancho (igual de ancho que el abrigo de la mujer de los pantalones rojos) con un ciervo marrón en el centro, un gorro con orejeras y una nariz enrojecida por el frío. Su pelo también es rubio, pero está corto, tanto que apenas le tapa las orejas. 
-Esta es Pam, señora Tat ¿La recuerda?
Tat sonríe y sus ojos relucen por primera vez en muchos meses. Claro que sí. Como olvidar aquella mirada de hielo que tan pocos han logrado penetrar. Es Pam, su niña, su dulce sol, su alegría. 
-He traído unas uvas para las campanadas de fin de año, abuela -dice, y sus labios color carmín sonríen en un gesto que solo le dedica a ella.
La abuela Tat ha rejuvenecido más de treinta años. Porque cuando se pensaba abandonada entre aquellas mentes arrugadas, olvidada en un lugar recóndito de la memoria, su nieta ha decidido pasar el fin de aquel año con ella. No hay nada que pueda hacerla más feliz.

26 dic 2012

Es invierno en el bosque.

Cuando era pequeña, mi abuela me contaba las historias del corazón del bosque. Nos sentábamos a la lumbre de la chimenea, con una manta hecha de retazos de telas perdidas y un chocolate caliente en las manos, y nos mirábamos a los ojos llenas de ilusión.
La abuela me hablaba de los monstruos que se escondían en lo alto de los árboles, de duendes que buceaban entre la nieve a la espera de encontrar diamantes perdidos y de hadas que agitaban varitas para cambiar estaciones. A veces le asaltaban ataques de tos y paraba el relato (quedaban congelados valientes muchachitos que se adentraban en la espesura con linternas y osos saltando en el aire para atrapar a sus presas), pero después proseguía y yo me perdía entre aquellas hojas de laurel que perfumaban la estancia.
Tras la ventana, muñecos de nieve nos escuchaban.

3 dic 2012

Las calles de Diciembre.

Pam había soñado cantidad de verces con estrecharlo entre sus brazos entre las luces de navidad, y ahora podía. A su alrededor la gente pasaba mirando al horizonte, con las mejillas coloradas, las manos enfundadas en guantes de lana y una bolsa cargada de ilusión. Levantó la vista y se encontró con él -sus ojos color caramelo observándola con ansias- y lanzó al aire las palabras que tantas veces había guardado en su corazón. A su alrededor, el vapor se extendió y le nubló la vista como si acabara de pegarle una calada a un cigarro. El frío le erizó el bello de la piel, o bien podía ser sus labios, que descansaban en su boca con tanta dulzura que sentía la calidez que emanaba de ellos. Ni abrigos rojos y enormes de lana, semejante a los de Papá Noel, podían separar sus cuerpos en aquellos momentos. Porque estaban conectados por algo más allá de lo físico.
-Feliz Navidad, Pam.
Se sonrieron el uno al otro. No había regalo más preciado que aquel.

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