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26 dic 2011

Las ansias de libertad del petirrojo.

Érase una vez un pájaro y una princesa que no se separaban jamás. Ella le había comprado una jaula, pero el petirrojo tenía tantas ansias de libertad que pronto empezó a enfermar, dejó de comer y ya ni siquiera cantaba. No se oían sus notas musicales en ninguna parte del enorme castillo, y a cada día que pasaba la muchacha empezó a entristecer también, porque sin aquella musica que llenaban de alegría las estancias su casa se convertía solo en roca oscura y fría. 
Así que una tarde, y después de mucho pensar, la princesa decidió que dejaría al pájaro libre, con la vana esperanza de que no marchara. Pero como todos los animales, el petirrojo dio varios saltos, aún sin creer su suerte, abrió las alas y, como si acabara de despertar de un sueño, emprendió el vuelo y desapareció entre las nubes de aquella mañana azul. 
(Y en vez de un fueron felices y comieron perdices, la princesa 
se tuvo que contentar con el final de una historia real). 

18 dic 2011

Una historia llena de miseria.

Voy a contarte una historia que nadie ha oído jamás, una historia de recovecos, de secretos, de misterios y de miseria donde la música es tan triste que, aunque no quieras, lloras. Una historia oculta tras tu mundo de pétalos de rosa, allá donde la oscuridad no llega, donde miles de soldados se acumulan en las esquinas para protegerte y donde la lluvia ni siquiera te moja.
Voy a contarte una historia de terror, de muerte, de injusticias a las que te obligan a cerrar los ojos, y voy a conseguir que, entre tus monedas de oro, enterrada en tu riqueza, observes aquellos que tuvieron que morir para que tu escalaras hasta donde estas hoy. Voy a contarte la historia de la pobreza, y aunque no te guste vas a tener que escucharla. 

22 nov 2011

Y que soy imperfecta, lo sé. Como todos.

Me busco y no me encuentro. 
Y, por mucho que miro, no estoy por ningún lado. 
Así que como me he perdido escribo para encontrarme. Para librarme del pecho, del aire, de las asfixias que me dan cuando recuerdo, casi con lágrimas, cada una de tus palabras. Y ya no sé, de verdad. Tal vez me halla perdido por tu culpa. Por tu maldita y egoísta culpa. 
Que lo escribo en esta página porque soy tan jodidamente cobarde que no seré capaz de decírtelo a la cara, y porque aceptar que me has dañado sería como una derrota. Escribo porque soy débil, porque por mucho que me digan que ignore tus palabras me entra tan hondo que no soy capaz de obviarlas. 
Y que ahora improviso, que escribo por escribir, y que no pienso corregir nada de lo dicho, porque estas son  de las pocas veces en las que hablan los sentimientos. Que lo que digo me sale de dentro, de esos latidos de sangre escarchada, de esas venas del frío invierno que aún nos queda por pasar. Y me miras, y no me hablas, pero me doy la vuelta y le dices al de al lado cada una de las mentiras -o de las desgracias- que no te atreves a soltarme a la cara. Porque los susurros y las miradas indiscretas son mucho peores -te lo aseguro- que un millón de bofetadas. 
Y que soy imperfecta, lo sé. Como todos. 
Y que lo que me viene dado, por mucho que quiera, no puedo quitármelo. 
Y que no, que no me conoces, que no sabes nada de mí ni de mi puta vida, ni de mi gente, ni de mis amigos, ni de nada. Y que lo que yo haga, o lo que yo sienta, o lo que yo sea, no va a cambiar ni aunque cien como tu me lo pidan a gritos.

8 ago 2011

Arriésgate.

Vamos, ven junto a mí y arriésgate. Complica las cosas. 
Pídeme algo con la mirada, que seguro que lo entiendo mejor que con palabras. Sonríe aunque no tengas motivos, irradia alegría, irradia felicidad, aléjate de lo que duele, porque es mejor andar solo que mal acompañado. Deja de pelear, las heridas solo causan fealdad. Canta en la ducha aunque lo hagas fatal, aunque se quejen los vecinos. Salta alto, tan alto que las estrellas sean algo fácil de alcanzar. Vive, que si el mundo gira es para que podamos avanzar y baila, sobre todo baila aunque no sepas donde, porque si no encontramos espacio siempre podemos inventarlo. 

18 jul 2011

Recuerdo la nieve pura y blanca.

No recuerdo el momento exacto en el que Caleb dejó de sonreír. Por mi mente sólo se dignan a aparecer imágenes sueltas, esas que se quedan grabadas ahí y no son capaces de irse [...]. En mi caso, la imagen es un día de nieve, ni tan siquiera una mota de suciedad en el ambiente. Los abetos, las casas, el río congelado, la hierba de la pasarela, el puente, las carreteras, el puesto de Holly y los jardines. Sí. La imagen que se quedó grabada en mi mente fue un día de nieve blanca, limpia, perfecta y pura. Ella y la sombra de alguien en medio de aquel mundo como si la ceniza se hubiese levantado, creando una figura humana.
Yo jugaba tranquilamente junto al puente. Formaba pequeños muñecos de nieve que después destrozaba con los guantes. No reparé en la figura hasta que se acercó a mí. La paz que sentía se fue de repente y huyó donde yo no fui capaz de alcanzarla. Alcé la cabeza, tiritando. Recuerdo los siguientes movimientos como fotografías: el hombre se agacha, sonríe de forma desmesurada, se quita el sombrero y me hace una pregunta [...] Sin responderle, me levanté costosamente y le indiqué el camino a casa. Apenas me di cuenta de que por la calle las personas se paraban, nos miraban y acto seguido cuchicheaban entre ellas. Poco después, muy poco, supe porque razón lo hacían. 
En casa, mamá cocinaba trozos de pollo en una cacerola oxidada. Cuando llegamos nos miró a ambos. Sus ojos verdes, aterrorizados, pasaron del hombre a mí y viceversa. Corrí a mi cuarto, llena de frío y, poco después, oí las voces. Las voces y los gritos. Aún hoy los oigo, el latido de mi corazón desenfrenado. Tardaron un rato en encontrarle. Le había dado tiempo a esconderse bien. Tardaron un rato, pero lo encontraron.
Nor no era mi padre, pero cuando desapareció tras la puerta sentí una punzada de dolor en el estómago, sentí como me escocían los ojos y poco después no pude ver más que siluetas, manchas de colores [...]
De ese día recuerdo la nieve blanca. El bien. Recuerdo como los niños hicieron muñecos de nieve aquella misma tarde, que días después el sol salió y lo derritió absolutamente todo, y el mundo volvió a ser de color. Recuerdo de ese día me quedé encerrada en casa, tumbada en la moqueta. Muerta. Vacía por dentro. Recuerdo que ese día lloré, lloré tanto que se me gastaron  las lágrimas y desde entonces nadie ha visto una en mi rostro. Recuerdo el rostro pétreo de mi madre, la mirada perdida de mi hermanastro y, por encima de todo, recuerdo aquel traje negro, aquel traje marchito, aquella mustia sonrisa que ahora no quiero más que olvidar.
Maldito Diciembre de 1934*. 

*desde 1933 hasta 1945 reinó en Alemania la ideología y el régimen nazi.

2 jul 2011

La vida de Tat

Tat se montó en el tranvía que recorría toda la ciudad con zapatillas de estar por casa. Fue creciendo entre los asientos llenos de verde, entre las barras a las que se tenía que aferrar de vez en cuando para no caer, entre las personas que entraban y salían, que cruzaban palabras y experiencias con ella. De repente, el tranvía aceleró y fue tan rápido que algunos pasajeros tuvieron que sujetarse los sombreros, amenazantes con salir volando. Tat no sabía a donde agarrarse, a quien sostenerse para no caer. Había pocas caras conocidas y los extraños la miraban ofuscados. Se asomaba a la ventana y veía solo imágenes desfiguradas que desaparecían a los pocos segundos y se fundían con otras. El paisaje cambiaba tan a menudo que ya no sabía ni que pensar, pero como todo, el tranvía volvió a la normalidad, se paró en la siguiente estación y nuevas personas empezaron a subir y a bajar. 
Algunas llevaban maletas para quedarse y otras no aguantaban mucho tiempo, pero Tat hizo tantas amistades y compartió tantos secretos en aquel tren que el tiempo se le pasó volando. Volvió a mirar por la ventana y descubrió que la ciudad había desaparecido, sustituida por un campo lleno de amapolas en un anochecer perfecto. Llena de una paz infinita, Tat se quedó dormida en el tren y despertó a la mañana siguiente con el piar de unos cuantos pájaros. Había llegado a su parada. Bajó lentamente, sin prisas, sin maletas, y anduvo por la estación hasta que se la tragó la niebla.

24 jun 2011

Repartían felicidad en forma de caramelos.


Le volvía loca la trenza sabor a fresas de Samanta, los abrazos a corto plazo y la mirada azul que siempre le lanzaba. Cuando se encontraba mal ella le limpiaba las lágrimas, sonreían y se besaban.
- Vamos a bailar. 
- Ya sabes que se me da fatal. 
- Da igual, me gusta ver la imperfección en lo perfecto. 
Bailaban y bailaban, los pies de una sobre la otra al ritmo de la elegia de los pianos de Bach, y cuando se cansaban apagaban el reproductor de música y se sentaban en el sofá vintage lleno de estampados con una bolsa de palomitas de mantequilla en el regazo. 
Hay quien dice que estaban locas, que lo que ellas tenían no podía ser amor, pero ¿sabéis qué? Claudia y Samanta alargaban la vida con cada sonrisa, repartían felicidad en forma de caramelos y cuando alguien les decía que estaban enfermas y que debían de arreglarlas contestaban que no eran muñecas de trapo fáciles de manejar y que si se les rompían las costuras ya se tenían la una a la otra para reparárselas.

Participo en esto, ¿por qué 
no  te unes tú también?

30 may 2011

Babedú no era gris.

Cuando Raquel estaba sola, cuando no le gustaba la compañía o cuando le reñían siempre dejaba salir a Babedú. Era como su parte fuerte, su otro nombre. Una chica atrevida, infatigable, que cruzaba abismos de un salto, se enfrentaba a dragones de nueve cabezas y no le tenía miedo a nada. Una chica sin gris.
Raquel se sentaba en una esquinita, cerraba los ojos, abría la mente y se imaginaba una escena digna de cualquier novela de aventuras en la que ella era la protagonista. Era su forma de aislarse de aquello que no podía soportar. Así, cuando los mayores la veían distraída, siempre decían: ¡ay esta niña, todo el día pensando en las musarañas! Pero no. Pensaba en Babedú, que no tenía nada que ver con las musarañas y además era mucho más bonita.
A ella todo el mundo le hacía caso. Era una heroína. Cada vez que regresaba de una misión imposible la aclamaban, envidiaban y deseaban. ¡Viva Babedú!¡Viva Babedú! Gritaban manteándola y llenos de sonrisas.
Pero Raquel tenía que regresar a la realidad, y entonces todo su mundo desaparecía y volvía a ver de nuevo la cara de su primo llena de granos, sentía los insoportables pellizcos de su tío en las mejillas y las riñas de sus padres por estar todo el día en las nubes. Al menos. Pensaba Raquel en esos momentos. Aún puedo regresar con Babedú y seguir viviendo sus infinitas historias.


El blog va a alcanzar los 1.200 
seguidores dentro de poquísimo 
y he hecho un vídeo de 
agradecimiento que  espero 
que podáis ver. Una vez más
MILES DE GRACIAS.


19 may 2011

Un puñado de estrellas.

María estaba harta de los niños buenos, del "te quiero", de ser paciente con todo el mundo y recoger la basura de los otros, de que por cada paso que diera le pusieran tantas zancadillas que al final se le desollara las rodillas. María estaba harta de deshojar la verdad con la mirada y de sonreír tan fuerte que al final siempre terminaba bebiéndose el mar. Últimamente no había brillo en su mirada ni corazones en las camisetas a rayas. Antes soñaba con cambiar el mundo y al final este dio tantas vueltas en tan pocas veinticuatro horas que llegó la noche antes de que se pudiera dar cuenta.
María fingía que le hacían gracia las personas que crecían con los insultos a los otros, pero lo cierto era que le dolían tanto que lloraba antes de dormir y al final siempre se levantaba en lagunas. Sentía como el mundo se le venía encima, que vivir era como caminar contra una ventisca con nieve, que el corazón le sangraba y se sentía una barco a la deriva. 
Pero una tarde de heridas recordó que levantarse era obligatorio, empezó a ir hacia arriba, avanzando lento, muy lento, y borró el punto y final para dejar su historia sin finalizar. Cuando iba a tropezar se levantaba con la cabeza bien alta, sonriente, y al final nunca terminaba por llorar por no haber visto el sol porque recordaba que, si lo hacía, no podría admirar la inmensidad de las estrellas. 

26 abr 2011

La pequeña gran historia de la pequeña gran Pam.

Pam le tiene miedo a los cuentos de monstruos y a las avellanas. Detesta las cosquillas. Ama los besos con la nariz y las sonrisas. Desde que sabe leer, lo hace siempre debajo de la almohada. Ha cogido prestada una linterna del enorme armario y seguro, seguro, que nadie la echa de menos.  En las vacaciones de verano, pone dos sillas -una frente a otra- y se crea su propia  tienda de campaña. - La verdad es que Pam es un poco miedica, y en vez de acampar en el exterior, lo hace en su cuarto, con el ventilador encendido y mangas cortas, a salvo de cocos y animales de orejas anchas-. 
Es una chica un poco especial, escucha jazz y, muy de vez en cuando, se permite el placer de la música clásica. Dice que es azul, como el mar, como el cielo, como las cosas bonitas, que tiene poderes mágicos que le  permiten internarse en mundos inimaginables y cuando se siente mal, con ganas de llorar, crea a leones que hablan, a estrellas caídas del cielo y a ella sin lágrimas.
(porque le gusta mucho imaginar)

20 abr 2011

Como un pirata de verdad.

Hacía maquetas de barcos pero no las encerraba en botellas de cristal
Soñaba con convertirse en navegante de mares, en corsario o solo, si no le quedaban más opciones, en pirata. Tenía un mapa de navegación que había hecho con su compás de las clases de plástica y papeles pintado con acuarelas color marrón, para asemejarse más a los pergaminos que ellos utilizaban. Le gustaba quemar los bordes y dejarlos secar en un rincón de la azotea, con las pinzas de plástico de mamá. 
Cuarenta años después, una tarde de trabajo en casa, de componer historias de barcos -para rellenar ese hueco de las ilusiones que nunca se habían cumplido-, pasaron ante su ventana dos niños con pañuelos en el pelo, un barco pirata de juguete y dos papeles pintados de marrón con acuarelas.
Y le hizo tanta ilusión, y volvieron tantos recuerdos, que salió ya para todos viejo y maltrecho y empezó a jugar junto a ellos sin reparar en edades ni en tiempo.
Después de tantos años, aún Neptuno le recuerda.

17 abr 2011

Cigarettes II

Dean sintió como algo le recorría por dentro. Un tormento de sensaciones, de palabras, de lágrimas en los ojos. Se quedó quieto durante un tiempo indefinido hasta que el nudo en su pecho desapareció, dejando paso a un vacío que lo dejó inválido, a punto de caer. Nunca tendría que haber llegado a aquella puerta, nunca tendría que haber dejado que aquella tormenta de sentimientos entrara dentro de él. Se lo había cuestionado muchas veces, preguntado hasta la saciedad, había robado casi todo su tiempo, suspiros y quitado el sueño, pero ya tenía la respuesta, y la respuesta era no. 
Nunca había sido capaz de reconocerlo, y pese a que iba de duro por la vida, atrayendo a todas las mujeres del mundo con aquel pelo crespo y los pañuelos blancos, era tímido, oculto en sí mismo, incapaz de dejar que los sentimientos dieran muestra alguna en su rostro. Para no mirarla mientras estaba con él, para no soñar con cosas imposibles (la negatividad era su signo característico) se refugiaba en libros, aunque casi nunca leía, cerraba los ojos y no hablaba, porque si lo hacía estaba seguro de que el "te quiero" saldría de sus labios. 
Y ahora la espada clavada en su pecho, los ojos anegados en lágrimas, paralizado como si hubiese sido convertido en piedra, observaba tras el marco de la puerta sin que nadie reparara en él. Se sentía mal, fatal, porque allí estaba Alma.
Estaba Alma besando a otro. 

¿Quieres conocer a Alma y a Dean? Mejor empezar por el principio.

9 abr 2011

Lady Margot (princesa del cuento real)

Ya está aquí la revista número uno de Lubdub, donde participo. Echadle un vistazo

Eran Lady Margot sus vestidos largos y ajustados, sus paseos a las seis de la mañana por las avenidas de la ciudad, pagar a los taxis en monedas de 20, construir castillos de cartas en los que no se podía ni respirar. La sonrisa sobre el mar en abril, en mayo, en septiembre y a las doce del domingo. Sus días favoritos eran los martes trece y su número, el siete. 
Conocían a Margot por muchas cosas, pero nadie se olvidaba de sus historias. Hablaba con cualquiera, era mundos inventados para cada persona. Había asimilado miles de vidas y las guardaba todas en archivos desordenados dentro de su cabeza. Si quería soñar, adicta a los Coca Colas y a los ojos verdes, dibujante de recuerdos o acompañante de Quijotes. Si quería ligar, modelo en pasarelas que habían pasado de moda, soltera sin hijos y deseosa de besar, suelta de manos y libre de palabras. Otras veces ejercía de ejecutiva en la gran empresa de Charls, cuidadora de enfermos en un hospital, profesora de infantil y de baberos ensuciados, química de sentimientos y filósofa de historias que aún había que contar. 
Eran Lady Margot ella y sus sonrisas, una princesa en medio de la ciudad, única. Decía inventarse todas sus historias, pero lo cierto era que siempre, siempre, se le colaba alguna realidad. 

2 abr 2011

Antes que a cualquier Julieta.

- ¿Por qué yo, con estos pelos encrespados y esta sonrisa medio rota, con estas pecas en todo el cuerpo, estos ojos tan normales, esta nariz poco afilada, los pómulos alzados y blancos, pálida desde lo hondo, qué por qué yo, que ni siquiera beso bien ni como palomitas, ni tengo calcetines a rayas largos, de esos que llegan hasta las rodillas y que prefiero el chocolate a cualquier verdura. Qué por qué yo...?
- Porque te prefiero a ti antes que a cualquier Julieta. Porque me encanta cuando te secas el pelo y te cae sobre la frente, que tu sonrisa es tímida, secreta, y cuando sale te llena de esperanza y de alegría, que tomaste el sol con colador y aún perdura el bronceado, y si te sonrojas, dan ganas de comerte entera. Que tu belleza llega hasta el infinito y se pierde, incluso, incluso, entre las estrellas. Pesimista me atrajiste a mi, los polos opuestos del imán, tan viva en este mundo gris, tan modesta y encerrada en ti misma. ¿Y sabes qué? Lo que más me gusta de ti es ese lunar justo en el lado izquierdo de la oreja, el que siempre queda tapado debajo de la almohada en las noches de primavera

17 mar 2011

Lista de buenas cosas para tener (siempre) a mano.

Tres puntos, un cero y una coma. Catorce décadas de sonidos de guitarra, ungüento de mantequilla y leche condensada para los malos ratos. Algunas galletas rellenas de chocolate y una lista de deseos. Cinco Dos peluches de osos o una foto tomada junto al parabrisas, lechuga en la ensalada y queso rallado con nueces, Ratatouille, tenedores afilados y pizcas de sal cristalina. Sentimientos (véanse claros ejemplos de locura, verdad, esperanza, alegría y amor), abrigos rojos, mangas cortas con Mickeys plasmados, ojos sin lágrimas, bocas que reparten besos. Una blusa holgada para poder liberarnos, dos medias sin rayas, estuches llenos de lápices diferentes y corazones de gominola para tomárnoslos por las noches.
Tú,
Yo
Y el infinito.
(que tampoco es tan difícil de alcanzar)

13 mar 2011

Trece inviernos más.

Dicen que trece es el número de la mala suerte y que los gatos negros son signo de brujería. 
Que tú vives la vida en blanco y negro y yo en color.
Desde pequeños -a ti y a mí- nos ha gustado sentarnos en el balcón de casa de la abuela y mirar las estrellas como los poetas, para poder inspirarnos en ellas y construir poemas. Eran tu nariz arrugada, tus grises ojos entornados, el hipérbaton que utilizaba de vez en cuando, el asíndeton de ritmo apresurado y las mentiras piadosas para esconder realidades que a ninguno de los dos nos gustan. 
Estábamos en la habitación vacía del fondo de la casa, donde solamente hay cortinas blancas y un espejo en el que nos hacíamos fotos con los gorros de lana que Nani nos había tejido. 
Y después de tanta infancia, de tardes de amor abrazados y rezando nuestro propio santuario, tropezando con cada piedra del camino y levantándonos de nuevo, te das cuenta de que el pasado es como un día nublado y de que hay tantas cosas que no podemos ver que tienen que operarnos de miopía. 
Ya no consigo recordar como he llegado hasta aquí, ni como me sentaba en los inviernos fríos delante de la estufa.
...

21 feb 2011

Por la boca muere el pez


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Imagen de AquaSixio.

Hay en la boca del pez un anzuelo y cuatro cuartos de sal marina.
La infinidad del océano le traiciono de repente, le capturaron las redes del barco proa allá en lo alto y lo subieron a la superficie angosto y pobre de líquido. Su oxígeno se evaporaba poco a poco.
Hay en la boca del pez un anzuelo y tres cuartos de sal marina.
Aleteaba. El agua volvía a ser agua. Había escamas verde y plata que se movían con una música que nunca llegó a existir de verdad y que luchaban por algo más. Un centímetro y medio de aire en la mañana.
Hay en la boca del pez un anzuelo y dos cuartos de sal marina.
No había olas en el mar, el barco en lo hondo del horizonte, lleno de rayos de sol que empezaba a esconderse por la periferia y a convertir objetos en contornos y manchas negras.
Hay en la boca del pez un anzuelo y un cuarto de sal marina.
Queda la mirada perdida más pero es menos lo que sentía. Anoréxico en medio de redes que dejaban marcas y el agua bajando por la superficie, desprendiéndose del cuerpo como la vida. Vano esfuerzo, ni respirar ni ardor ni cuerpo. 

Cogieron al pez por la cola y lo metieron en un cubo y lanzaron de nuevo el anzuelo. 
El pez dejó de ser pez. Ahora el viento se-lo-lleva.

11 feb 2011

¿Por qué no jugamos a ser adultos?

Y estaría gracioso pintarnos la cara de rojo con la barra de labios que te compraste en el supermercado. Vestirse de negro con mayas blancas y unas botas altas que ni siquiera tienen color. Ver en blanco y negro, como en la antigüedad, y quedarnos atascados en el tiempo.
Se han vuelto a poner de moda las minifalda y los abrigos largos. Las bufandas púrpuras que no pegan con nada. Los negros para hacernos más delgados y tres de  la madrugada sin regresar a casa. Romper las normas como si fuésemos rebeldes y gritar y gritar y gritar que no queremos. Llorar de amor y morir de rabia. 
Besar y desear (con ganas o sin ganas). Mojarse los labios con tinto de verano y otras historias raras. Enumerar palabras: idiota, negro, cielo, loco, interminable, hora, risa, ordenador, mentiras
Librarnos de las responsabilidades aunque al final, siempre acabemos con ellas en medio de la mañana. Coger una borrachera, no saber regresar a tu casa. Hablar del último con el que dormiste o la última con la que te liaste. Criticar a las espaldas y en las narices. Fastidiar a los demás. A tus amigos. A ti mismo. Avanzar dos pasos y retroceder cuatro. Decir no me ralles cuando no me entero de nada.
Al fin un futuro que de verdad tiene ganas de cambiar el mundo.
Aunque solo sea
para joderlo
aún más.

30 ene 2011

Anestesia

Me perdí en el mapa de tu piel y caminando encontré recuerdos, frases ingeniosas e imágenes que se iban tan rápido como venían, el conejo de Alicia en el País de las Maravillas, que corría demasiado deprisa. Encontré (también) dos nubes de algodón rosa, purpurina gris guardada en botecitos de madera, papeles arrugados con el verbo Be acompañado de miles de palabras distintas. Be you. Be happy, notas y cuadernos, estuches llenos de lápices de madera, lobos con fauces abiertas, una cámara gastada que guardaba instantáneas. Pájaros de papel, cometas hechas a mano, un punto y aparte, una lista interminable de nombres inventados y de momentos especiales -para ti, solo para ti-. 
Me encontré  todas tus amigas de la calle 13, a los coches que tuviste, a los taxis en los que te montaste. Encontré unos ojos canela y un mar sin agua, una playa llena de turistas y una regla rota. Dos palmeras torcidas, un dibujo inacabado, un corte de manga, un corazón de plastilina y once muñequitos de papel.
Me encontré a mi. Pero no a ti. 
Ni a nadie ni a nada que de verdad quisieras.

2009-2017. Todos los derechos reservados a Ali Alina.